3 de noviembre de 2007

27 de octubre

No estamos solos…
Marcelo Ostria Trigo
En la época en que vivimos parece insólito recordar que Bolivia –y por supuesto los bolivianos– no estamos solos en el mundo y que nuestros caprichos internacionales son majaderos e irresponsables. Más aún, lo de Perogrullo: las buenas relaciones externas de las naciones son esenciales para la armonía internacional, para la cooperación, para el intercambio de bienes y servicios, y para establecer vínculos culturales y sociales que enriquezcan mutuamente.
Lo anterior, que es incuestionable, no es comprendido por el actual gobierno populista. La política interna del oficialismo, signada por la agresividad, el sectarismo y la orientación disociadora, ya son elementos que marcan la actual política exterior del gobierno. En efecto, el afán pendenciero interno de los personeros del populismo boliviano –no se sabe si original o tomado del chabacano estilo del actual presidente de Venezuela– se lleva al terreno internacional.
Las actuales relaciones de Bolivia no son buenas con la mayoría de los países con los que siempre hemos mantenido vínculos de cooperación y amistad. La nación ya se debate entre la tensión y el desafío irresponsable, y esto aun con naciones que supuestamente iban a apoyar el proyecto –si se lo puede llamar así– populista boliviano. Poco a poco, en verdad, nos estamos quedando sin amigos. Y seguimos atacando y ofendiendo a los que realmente fueron nuestros aliados y que, pese a ello, siguen cooperándonos. El populismo de Bolivia sólo cuenta ahora con los actuales gobiernos de Cuba y Venezuela. Con los demás que dice recibir apoyo, como Irán, esas relaciones son improductivas e intrascendentes en términos de cooperación e intercambio, o tienen graves reparos morales por las dictaduras que prevalecen en ellos.
Ya antes de que llegara al poder, el actual presidente boliviano tuvo como una de sus tareas principales la de atacar permanentemente a los Estados Unidos. La Embajada de ese país era, para él, la causante de todos los males del país. Claro, fue una reacción esperada ante la ayuda de Washington para erradicar la coca del Chapare que se destina a la lucha la producción de cocaína. Y el Chapare cocalero, tenía –y aún tiene– un dirigente que ahora lleva las riendas de la Nación.
Sin embargo, se suponía que una vez en el poder, el populismo podía mostrar un mínimo de realismo; realismo al saber que somos dependientes y que para mantener la cooperación mutua es imprescindible prudencia en la conducta y en el lenguaje que ahora se emplea con tono desafiante. Pero no. Parece que nos encaminamos nomás hacia el aislacionismo que nos dejará cada vez más solos.
Ya es evidente que las dificultades internacionales para el país, provocadas por el gobierno populista, se multiplican. Persiste el desafío irresponsable. Pero lo peor: se lo hace con ostensible ignorancia de las obligaciones del país en el ámbito internacional. Y ahora crece la tensión, esta vez con el gobierno del Perú. Un pedido de extradición de un ciudadano peruano (trabajaba en la presidencia de la República siendo extranjero, lo que no es usual), según un titular de un órgano de prensa, ocasionó que se anuncie que “el Ejecutivo defenderá a Chávez (el peruano enjuiciado)”. Y lo insólito: el gobierno “anticipó que no atenderá (la demanda de extradición)”, y un funcionario de segundo orden de la Cancillería afirmaba que Bolivia “protegerá” al demandado Chávez.
Habrá que dejar en claro que en estos casos la defensa no puede asumirla el gobierno requerido. Eso corresponde al demandado y ante la justicia. Lo de la “protección” resulta una estupidez. Está fuera de la ley y de los tratados internacionales que obligan a la República, pues es la justicia la que debe definir la situación de refugiado o de responsable de un delito del demandado Chávez. Lo demás cae, nuevamente, en la estridencia de una conducción poco idónea de los asuntos internacionales de la República.
Así nos acercamos a la soledad, que ojalá no sea de cien años…
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20 de octubre de 2007

¿Cambios para el retroceso?
Marcelo Ostria Trigo
Con frecuencia nos asombran los cambios que se producen en la sociedad. Nos sorprende que vayan transformándose –o desapareciendo– costumbres y reglas que parecían inamovibles, consagradas…, y que aparezcan nuevas formas de convivencia. Nos agobian los cambios porque generalmente no estamos preparados para asimilarlos. Y seguimos en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor…”.
Parece que es una constante en muchos conformistas la de no aceptar que el mundo se transforma y que nacen nuevas corrientes del pensamiento; son los que no se dan cuenta que la evolución es imparable y que el cambio es cada vez más veloz. En un corto lapso, nos encontramos en un mundo inesperado, con otras tendencias, con renovadas formas de vivir, con una tecnología que siempre parece que se adelanta al tiempo que nos toca vivir.
Muchos, aún sin que tener la suficiente imaginación para avizorar el futuro, no compartimos la idea de que ha llegado al fin de la historia, como lo afirmara Francis Fukuyama. Todo pasará; todo se renovará en evolución sin fin. El mundo sigue en marcha.
Pero también hay que advertir que el “endiosamiento” del salto revolucionario como la única vía para adelantar rápidamente a las sociedades que se han rezagado en el progreso. Se propugna cambios radicales –casi siempre impuestos por la fuerza– para llegar a la modernidad y, de esta manera, alcanzar el bienestar. Valga una aclaración: todas las opciones políticas tienen el mismo declarado objetivo: lograr el bienestar general; bienestar concebido como la satisfacción integral de las necesidades de las personas, o sea con goce de bienes materiales y del respeto a los derechos fundamentales individuales.
Por mucho tiempo –por lo menos en Bolivia– lo de revolucionario fue una etiqueta político – partidaria casi indispensable para captar el favor ciudadano. La vía revolucionaria ofrecía esperanzas, ilusiones o quimeras. Con el retruécano del “cambio revolucionario”, con aquello del “hombre nuevo” o con el publicitado objetivo de la recuperación de la dignidad perdida, llegamos en Bolivia a un curioso populismo, donde se funde la nostalgia de los radicales de izquierda con la frustración de los que buscan que la historia retroceda –aun Lenín, icono de esos “revolucionarios”, calificaba de reaccionarios a los que pretendían detener la rueda de la historia– con el regreso de instituciones, románticamente reinventadas, de un incario desaparecido.
Inclusive hay quienes se refugian en una mitología andina sin entenderla, y así caen en la mitomanía o sea una tendencia morbosa a desfigurar la realidad. Por eso, penosamente y casi con ingenuidad, se cree que las piedras tienen sexo. Cuantas bromas habría si los griegos de ahora afirmarían que realmente existen sirenas, centauros o machos cabríos. Esta apelación a la mitología andina, se alía con ese populismo ingenuo, inactual e imposible que, dominado por el fanatismo, el resentimiento y el odio exacerbado puede llevar a la tragedia.
No es extraño, por tanto, que el populismo indigenista boliviano haya sido cautivado con el fundamentalismo religioso iraní. Allí, sin dudas, se ha retrocedido –al menos por ahora– en organización social y se han restringido las libertades individuales que son el distintivo de una democracia moderna y símbolo de la libertad. Vaya un ejemplo claro: en Irán, aun en la monarquía del Sha, se había avanzado hacia la igualdad de derechos de la mujer; claramente esto ha sido desandado. Imitar este retroceso es, sin dudas, insensato y hasta infantil.
No. No se ha llegado al fin de la historia, Pero hay insensatez y disparates: procurar que en nuestro ámbito, en nuestra patria, la historia retroceda y que, en vez de evolución, y ¡en nombre de una revolución que solamente es populismo y extremismo! se reimplanten modelos imposibles y absurdos, e inclusive se aliente la acción disociadora de los “movimientos sociales”, anulando la vigencia de la ley, sembrado la división y la violencia que se generaliza, con muertos y heridos. Así se destruye instituciones y se aleja el bienestar.

20 de octubre de 2007

13 de octubre de 2007

I. Un pretendido liderazgo.
II. Luego de la frustración por la pérdida del premio Nobel de la Paz.

I
Un pretendido liderazgo

Marcelo Ostria Trigo

Quizá estemos nomás ante un evidente “corsi e ricorsi”, es decir en una ronda de avances y, en el caso de nuestro país, también de dramáticos retrocesos.

La celebración del vigésimo quinto aniversario de la inauguración de un nuevo ciclo político en la vida de la Nación –el de la democracia–, y la otra conmemoración: los cuarenta años de la muerte en Bolivia de un guerrillero extranjero, confirman que ha vuelto la confrontación entre dos visiones de país, cuando ya han pasado dos décadas desde la caída del muro de Berlín, que fuera el símbolo de un mundo peligrosamente dividido.

Aunque ahora se trata de una anacrónica disputa por el predominio de una de esas dos visiones: la democrática liberal y el marxismo – leninismo, se repiten renovados los “slogans”, aunque sus ahora exponentes en América –Chávez, Correa, o Morales– parece que no están en condiciones de llevar adelante una revolución marxista – leninista ortodoxa, cualesquiera sean sus matices: stalinismo, castrismo, maoísmo, trotskysmo, etc.; especialmente cuando el mundo se liberaliza, cuando hay naciones–continente que, hasta ayer nomás, tenían regímenes radicales y ahora están en la tarea de la apertura, tanto interna como externa.

Pero los nostálgicos del extremismo buscan el reacomodo político. Y lo hallan de distintas maneras. En Bolivia, por lo menos, muchos se inscriben en el populismo indigenista, variando el postulado de la clásica lucha de clases, a la lucha por el predominio étnico. Y es notorio, por otra parte, que ya no se pone el antiguo énfasis en la revolución proletaria que tanto enfervorizó a los radicales del pasado siglo, sino que ahora el fetiche es el cambio supuestamente democrático –claro, sin decir qué cambio, ni el por qué del mismo.

Estas manifestaciones del actual populismo, con ropaje socialista, nacieron con Hugo Chávez en Venezuela –el mismo Chávez candidato que el día anterior a su primera elección afirmaba que Cuba es una dictadura– que fue radicalizándose a medida que crecían sus recursos con la reciente y dramática alza en los precios del petróleo. Y, con tanto dinero, no se resistió a intentar un megalómano plan: constituirse en el líder radical de Latinoamérica, logrando lo que no pudo Fidel Castro que, junto a su socialismo, agoniza en la isla.

Chávez no se quedó “en chiquitas” y por cuenta propia –no tiene país protector como Cuba que tuvo a la Unión Soviética– interviene, financia y alienta campañas electorales en diversos países y, cuando no tiene éxito, insulta y entra en conflictos verbales abiertos, como fue con varios presidentes, entre ellos nada menos que los presidentes Vicente Fox de México y Alan García del Perú. En sus diatribas incluyó al parlamento brasileño que había cometido el pecado de pedirle que respete la libertad de expresión, amenazada con el cierre de un canal de televisión. Los insultos a los Estados Unidos y a su Presidente, ya son parte de un anecdotario negro.

Por supuesto que la tarea de erigirse como líder del continente no es fácil, menos aún para un ex–golpista y un provocador. Pero este personaje lo intenta precisamente por los enormes ingresos que le da el petróleo a su país. Sin embargo, para otros como Bolivia este experimento del socialismo del siglo XXI, se presenta como una aventura mucho más peligrosa.

Para Chávez, aunque el megalómano no lo reconozca, será difícil seguir en su asumido papel de líder continental, pues hay obvias diferencias entre países, considerando su población, extensión territorial, desarrollo económico y social, nivel cultural, todo añadido a que también hay gobiernos serios a los que no parece importarles esos pretendidos liderazgos efímeros, asentados –se insiste– en una coyuntura favorable de precios de una materia prima, como los hidrocarburos.

Pero en su insistencia, ya Chávez asumió el papel de padre y protector de Evo Morales, dándole consejos, tratándolo con un paternalismo insólito, seguramente aceptado por el favorecido, porque le entrega cheques, destaca funcionarios y guardias y lo hace pasear en avión y helicópteros. Es más: mete en el juego a Irán. Y se da, entonces, la incongruencia del pretendido socialismo del siglo XXI que se alía con una dictadura secante, mezcla de fascismo y teocracia, dominada por una clase: la eclesiástica, al punto que su líder nacional –que no es el presidente y no participa ni gana una elección democrática–, es un ayatolá supuestamente predestinado para proteger a su patria y su religión.

Y aquí resalta lo amargo: el gobierno de Morales –y él mismo– juegan el papel secundario; de segundón de un experimento informe y audaz, sin que se haya reparado en que al régimen venezolano –pequeño en dimensión universal– sólo le espera el ocaso de una dictadura más. Así será una anécdota amarga en la historia de nuestra Latinoamérica, tan castigada por “salvadores”.
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II

Luego de la frustración por la pérdida del premio

Nobel de la paz...
Marcelo Ostria Trigo
Dicen las malas lenguas que, terminada la esperanza de que el presidente Morales, obtenga el Premio Nobel de la Paz correspondiente a 2007, ya no habrá freno para agredir y ofender a personas e instituciones. En efecto, los serios señores noruegos encargados de elegir al premiado, ya decidieron que el galardón de 2007 sea, conjuntamente, para el ex-vicepresidente estadounidense Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas. "El comité de premiación les entregó el galardón en reconocimiento a las acciones que han realizado para fomentar y difundir el conocimiento sobre la incidencia de las actividades humanas en el cambio climático, gestiones que han colocado las bases para enfrentarlo”. En esto por supuesto que no hay nada que se parezca a incitar a la violencia o el odio. Los caballeros noruegos ya no tendrán que pensar, hasta el año próximo, en un candidato meritorio para ser elegido.
Pero ahora, internamente en Bolivia, la cosa si que se pone más fea, pues se estaría cumpliendo lo que esas malas lenguas decían sobre el freno, ahora ausente, que obligaba al gobierno a mostrase pacífico, conciliador y sereno. Por esto, una vez perdido el premio, ya arrecian los ataques simultáneos a todos y a todo. Y éstos salen de la boca del propio presidente que ahora no ha visto mejor blanco que atacar a la Iglesia Católica. Y lo hace –ya se lo han dicho– con el atrevimiento de quien no conoce la historia ni el presente de una obra que, pese a cualquier carencia, está inspirada en la solidaridad con el prójimo, con los desvalidos, a los que el acusador pretender defender.
Ofende también a un sector respetable de ciudadanos. Dice que los combatientes de las fuerzas armadas contra la guerrilla de 1967 fueron inducidos por el imperio a enfrentar al agresor extranjero no mereciendo, entonces, reconocimiento alguno. Bueno ya no hay que discutir el disparate. Pero como es cierto que hubo soldados valerosos que se sacrificaron, negarles el homenaje por lo que ofrendaron, no sólo es una mezquindad sino que constituye una afrenta, sólo explicable por el sectarismo secante, expuesto con la arrogancia que va creciendo cuando el dirigente va en camino de convertirse en autócrata.

Hacer un recuento de las ofensas sería larga tarea, pues en número, gravedad y repetición, no hay parangón. No estamos, por ello, ante la necesaria serenidad que debe mostrar un conductor. La estridencia y la locuacidad insensata, no unen a los ciudadanos. Sólo producen mayores divisiones, enconos y enfrentamientos. Y pensar que el gobierno “masista”[1] se precia de trabajar para la consolidación de una patria unida. En realidad, son provocaciones, ni más ni menos, pero peligrosas y sin destino honroso.
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1 Del Movimiento al Socialismo (M.A.S,)