¿Cambios para el retroceso?
Marcelo Ostria Trigo
Con frecuencia nos asombran los cambios que se producen en la sociedad. Nos sorprende que vayan transformándose –o desapareciendo– costumbres y reglas que parecían inamovibles, consagradas…, y que aparezcan nuevas formas de convivencia. Nos agobian los cambios porque generalmente no estamos preparados para asimilarlos. Y seguimos en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor…”.
Parece que es una constante en muchos conformistas la de no aceptar que el mundo se transforma y que nacen nuevas corrientes del pensamiento; son los que no se dan cuenta que la evolución es imparable y que el cambio es cada vez más veloz. En un corto lapso, nos encontramos en un mundo inesperado, con otras tendencias, con renovadas formas de vivir, con una tecnología que siempre parece que se adelanta al tiempo que nos toca vivir.
Muchos, aún sin que tener la suficiente imaginación para avizorar el futuro, no compartimos la idea de que ha llegado al fin de la historia, como lo afirmara Francis Fukuyama. Todo pasará; todo se renovará en evolución sin fin. El mundo sigue en marcha.
Pero también hay que advertir que el “endiosamiento” del salto revolucionario como la única vía para adelantar rápidamente a las sociedades que se han rezagado en el progreso. Se propugna cambios radicales –casi siempre impuestos por la fuerza– para llegar a la modernidad y, de esta manera, alcanzar el bienestar. Valga una aclaración: todas las opciones políticas tienen el mismo declarado objetivo: lograr el bienestar general; bienestar concebido como la satisfacción integral de las necesidades de las personas, o sea con goce de bienes materiales y del respeto a los derechos fundamentales individuales.
Por mucho tiempo –por lo menos en Bolivia– lo de revolucionario fue una etiqueta político – partidaria casi indispensable para captar el favor ciudadano. La vía revolucionaria ofrecía esperanzas, ilusiones o quimeras. Con el retruécano del “cambio revolucionario”, con aquello del “hombre nuevo” o con el publicitado objetivo de la recuperación de la dignidad perdida, llegamos en Bolivia a un curioso populismo, donde se funde la nostalgia de los radicales de izquierda con la frustración de los que buscan que la historia retroceda –aun Lenín, icono de esos “revolucionarios”, calificaba de reaccionarios a los que pretendían detener la rueda de la historia– con el regreso de instituciones, románticamente reinventadas, de un incario desaparecido.
Inclusive hay quienes se refugian en una mitología andina sin entenderla, y así caen en la mitomanía o sea una tendencia morbosa a desfigurar la realidad. Por eso, penosamente y casi con ingenuidad, se cree que las piedras tienen sexo. Cuantas bromas habría si los griegos de ahora afirmarían que realmente existen sirenas, centauros o machos cabríos. Esta apelación a la mitología andina, se alía con ese populismo ingenuo, inactual e imposible que, dominado por el fanatismo, el resentimiento y el odio exacerbado puede llevar a la tragedia.
No es extraño, por tanto, que el populismo indigenista boliviano haya sido cautivado con el fundamentalismo religioso iraní. Allí, sin dudas, se ha retrocedido –al menos por ahora– en organización social y se han restringido las libertades individuales que son el distintivo de una democracia moderna y símbolo de la libertad. Vaya un ejemplo claro: en Irán, aun en la monarquía del Sha, se había avanzado hacia la igualdad de derechos de la mujer; claramente esto ha sido desandado. Imitar este retroceso es, sin dudas, insensato y hasta infantil.
No. No se ha llegado al fin de la historia, Pero hay insensatez y disparates: procurar que en nuestro ámbito, en nuestra patria, la historia retroceda y que, en vez de evolución, y ¡en nombre de una revolución que solamente es populismo y extremismo! se reimplanten modelos imposibles y absurdos, e inclusive se aliente la acción disociadora de los “movimientos sociales”, anulando la vigencia de la ley, sembrado la división y la violencia que se generaliza, con muertos y heridos. Así se destruye instituciones y se aleja el bienestar.