3 de noviembre de 2007

27 de octubre

No estamos solos…
Marcelo Ostria Trigo
En la época en que vivimos parece insólito recordar que Bolivia –y por supuesto los bolivianos– no estamos solos en el mundo y que nuestros caprichos internacionales son majaderos e irresponsables. Más aún, lo de Perogrullo: las buenas relaciones externas de las naciones son esenciales para la armonía internacional, para la cooperación, para el intercambio de bienes y servicios, y para establecer vínculos culturales y sociales que enriquezcan mutuamente.
Lo anterior, que es incuestionable, no es comprendido por el actual gobierno populista. La política interna del oficialismo, signada por la agresividad, el sectarismo y la orientación disociadora, ya son elementos que marcan la actual política exterior del gobierno. En efecto, el afán pendenciero interno de los personeros del populismo boliviano –no se sabe si original o tomado del chabacano estilo del actual presidente de Venezuela– se lleva al terreno internacional.
Las actuales relaciones de Bolivia no son buenas con la mayoría de los países con los que siempre hemos mantenido vínculos de cooperación y amistad. La nación ya se debate entre la tensión y el desafío irresponsable, y esto aun con naciones que supuestamente iban a apoyar el proyecto –si se lo puede llamar así– populista boliviano. Poco a poco, en verdad, nos estamos quedando sin amigos. Y seguimos atacando y ofendiendo a los que realmente fueron nuestros aliados y que, pese a ello, siguen cooperándonos. El populismo de Bolivia sólo cuenta ahora con los actuales gobiernos de Cuba y Venezuela. Con los demás que dice recibir apoyo, como Irán, esas relaciones son improductivas e intrascendentes en términos de cooperación e intercambio, o tienen graves reparos morales por las dictaduras que prevalecen en ellos.
Ya antes de que llegara al poder, el actual presidente boliviano tuvo como una de sus tareas principales la de atacar permanentemente a los Estados Unidos. La Embajada de ese país era, para él, la causante de todos los males del país. Claro, fue una reacción esperada ante la ayuda de Washington para erradicar la coca del Chapare que se destina a la lucha la producción de cocaína. Y el Chapare cocalero, tenía –y aún tiene– un dirigente que ahora lleva las riendas de la Nación.
Sin embargo, se suponía que una vez en el poder, el populismo podía mostrar un mínimo de realismo; realismo al saber que somos dependientes y que para mantener la cooperación mutua es imprescindible prudencia en la conducta y en el lenguaje que ahora se emplea con tono desafiante. Pero no. Parece que nos encaminamos nomás hacia el aislacionismo que nos dejará cada vez más solos.
Ya es evidente que las dificultades internacionales para el país, provocadas por el gobierno populista, se multiplican. Persiste el desafío irresponsable. Pero lo peor: se lo hace con ostensible ignorancia de las obligaciones del país en el ámbito internacional. Y ahora crece la tensión, esta vez con el gobierno del Perú. Un pedido de extradición de un ciudadano peruano (trabajaba en la presidencia de la República siendo extranjero, lo que no es usual), según un titular de un órgano de prensa, ocasionó que se anuncie que “el Ejecutivo defenderá a Chávez (el peruano enjuiciado)”. Y lo insólito: el gobierno “anticipó que no atenderá (la demanda de extradición)”, y un funcionario de segundo orden de la Cancillería afirmaba que Bolivia “protegerá” al demandado Chávez.
Habrá que dejar en claro que en estos casos la defensa no puede asumirla el gobierno requerido. Eso corresponde al demandado y ante la justicia. Lo de la “protección” resulta una estupidez. Está fuera de la ley y de los tratados internacionales que obligan a la República, pues es la justicia la que debe definir la situación de refugiado o de responsable de un delito del demandado Chávez. Lo demás cae, nuevamente, en la estridencia de una conducción poco idónea de los asuntos internacionales de la República.
Así nos acercamos a la soledad, que ojalá no sea de cien años…
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20 de octubre de 2007

¿Cambios para el retroceso?
Marcelo Ostria Trigo
Con frecuencia nos asombran los cambios que se producen en la sociedad. Nos sorprende que vayan transformándose –o desapareciendo– costumbres y reglas que parecían inamovibles, consagradas…, y que aparezcan nuevas formas de convivencia. Nos agobian los cambios porque generalmente no estamos preparados para asimilarlos. Y seguimos en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor…”.
Parece que es una constante en muchos conformistas la de no aceptar que el mundo se transforma y que nacen nuevas corrientes del pensamiento; son los que no se dan cuenta que la evolución es imparable y que el cambio es cada vez más veloz. En un corto lapso, nos encontramos en un mundo inesperado, con otras tendencias, con renovadas formas de vivir, con una tecnología que siempre parece que se adelanta al tiempo que nos toca vivir.
Muchos, aún sin que tener la suficiente imaginación para avizorar el futuro, no compartimos la idea de que ha llegado al fin de la historia, como lo afirmara Francis Fukuyama. Todo pasará; todo se renovará en evolución sin fin. El mundo sigue en marcha.
Pero también hay que advertir que el “endiosamiento” del salto revolucionario como la única vía para adelantar rápidamente a las sociedades que se han rezagado en el progreso. Se propugna cambios radicales –casi siempre impuestos por la fuerza– para llegar a la modernidad y, de esta manera, alcanzar el bienestar. Valga una aclaración: todas las opciones políticas tienen el mismo declarado objetivo: lograr el bienestar general; bienestar concebido como la satisfacción integral de las necesidades de las personas, o sea con goce de bienes materiales y del respeto a los derechos fundamentales individuales.
Por mucho tiempo –por lo menos en Bolivia– lo de revolucionario fue una etiqueta político – partidaria casi indispensable para captar el favor ciudadano. La vía revolucionaria ofrecía esperanzas, ilusiones o quimeras. Con el retruécano del “cambio revolucionario”, con aquello del “hombre nuevo” o con el publicitado objetivo de la recuperación de la dignidad perdida, llegamos en Bolivia a un curioso populismo, donde se funde la nostalgia de los radicales de izquierda con la frustración de los que buscan que la historia retroceda –aun Lenín, icono de esos “revolucionarios”, calificaba de reaccionarios a los que pretendían detener la rueda de la historia– con el regreso de instituciones, románticamente reinventadas, de un incario desaparecido.
Inclusive hay quienes se refugian en una mitología andina sin entenderla, y así caen en la mitomanía o sea una tendencia morbosa a desfigurar la realidad. Por eso, penosamente y casi con ingenuidad, se cree que las piedras tienen sexo. Cuantas bromas habría si los griegos de ahora afirmarían que realmente existen sirenas, centauros o machos cabríos. Esta apelación a la mitología andina, se alía con ese populismo ingenuo, inactual e imposible que, dominado por el fanatismo, el resentimiento y el odio exacerbado puede llevar a la tragedia.
No es extraño, por tanto, que el populismo indigenista boliviano haya sido cautivado con el fundamentalismo religioso iraní. Allí, sin dudas, se ha retrocedido –al menos por ahora– en organización social y se han restringido las libertades individuales que son el distintivo de una democracia moderna y símbolo de la libertad. Vaya un ejemplo claro: en Irán, aun en la monarquía del Sha, se había avanzado hacia la igualdad de derechos de la mujer; claramente esto ha sido desandado. Imitar este retroceso es, sin dudas, insensato y hasta infantil.
No. No se ha llegado al fin de la historia, Pero hay insensatez y disparates: procurar que en nuestro ámbito, en nuestra patria, la historia retroceda y que, en vez de evolución, y ¡en nombre de una revolución que solamente es populismo y extremismo! se reimplanten modelos imposibles y absurdos, e inclusive se aliente la acción disociadora de los “movimientos sociales”, anulando la vigencia de la ley, sembrado la división y la violencia que se generaliza, con muertos y heridos. Así se destruye instituciones y se aleja el bienestar.

20 de octubre de 2007

13 de octubre de 2007

I. Un pretendido liderazgo.
II. Luego de la frustración por la pérdida del premio Nobel de la Paz.

I
Un pretendido liderazgo

Marcelo Ostria Trigo

Quizá estemos nomás ante un evidente “corsi e ricorsi”, es decir en una ronda de avances y, en el caso de nuestro país, también de dramáticos retrocesos.

La celebración del vigésimo quinto aniversario de la inauguración de un nuevo ciclo político en la vida de la Nación –el de la democracia–, y la otra conmemoración: los cuarenta años de la muerte en Bolivia de un guerrillero extranjero, confirman que ha vuelto la confrontación entre dos visiones de país, cuando ya han pasado dos décadas desde la caída del muro de Berlín, que fuera el símbolo de un mundo peligrosamente dividido.

Aunque ahora se trata de una anacrónica disputa por el predominio de una de esas dos visiones: la democrática liberal y el marxismo – leninismo, se repiten renovados los “slogans”, aunque sus ahora exponentes en América –Chávez, Correa, o Morales– parece que no están en condiciones de llevar adelante una revolución marxista – leninista ortodoxa, cualesquiera sean sus matices: stalinismo, castrismo, maoísmo, trotskysmo, etc.; especialmente cuando el mundo se liberaliza, cuando hay naciones–continente que, hasta ayer nomás, tenían regímenes radicales y ahora están en la tarea de la apertura, tanto interna como externa.

Pero los nostálgicos del extremismo buscan el reacomodo político. Y lo hallan de distintas maneras. En Bolivia, por lo menos, muchos se inscriben en el populismo indigenista, variando el postulado de la clásica lucha de clases, a la lucha por el predominio étnico. Y es notorio, por otra parte, que ya no se pone el antiguo énfasis en la revolución proletaria que tanto enfervorizó a los radicales del pasado siglo, sino que ahora el fetiche es el cambio supuestamente democrático –claro, sin decir qué cambio, ni el por qué del mismo.

Estas manifestaciones del actual populismo, con ropaje socialista, nacieron con Hugo Chávez en Venezuela –el mismo Chávez candidato que el día anterior a su primera elección afirmaba que Cuba es una dictadura– que fue radicalizándose a medida que crecían sus recursos con la reciente y dramática alza en los precios del petróleo. Y, con tanto dinero, no se resistió a intentar un megalómano plan: constituirse en el líder radical de Latinoamérica, logrando lo que no pudo Fidel Castro que, junto a su socialismo, agoniza en la isla.

Chávez no se quedó “en chiquitas” y por cuenta propia –no tiene país protector como Cuba que tuvo a la Unión Soviética– interviene, financia y alienta campañas electorales en diversos países y, cuando no tiene éxito, insulta y entra en conflictos verbales abiertos, como fue con varios presidentes, entre ellos nada menos que los presidentes Vicente Fox de México y Alan García del Perú. En sus diatribas incluyó al parlamento brasileño que había cometido el pecado de pedirle que respete la libertad de expresión, amenazada con el cierre de un canal de televisión. Los insultos a los Estados Unidos y a su Presidente, ya son parte de un anecdotario negro.

Por supuesto que la tarea de erigirse como líder del continente no es fácil, menos aún para un ex–golpista y un provocador. Pero este personaje lo intenta precisamente por los enormes ingresos que le da el petróleo a su país. Sin embargo, para otros como Bolivia este experimento del socialismo del siglo XXI, se presenta como una aventura mucho más peligrosa.

Para Chávez, aunque el megalómano no lo reconozca, será difícil seguir en su asumido papel de líder continental, pues hay obvias diferencias entre países, considerando su población, extensión territorial, desarrollo económico y social, nivel cultural, todo añadido a que también hay gobiernos serios a los que no parece importarles esos pretendidos liderazgos efímeros, asentados –se insiste– en una coyuntura favorable de precios de una materia prima, como los hidrocarburos.

Pero en su insistencia, ya Chávez asumió el papel de padre y protector de Evo Morales, dándole consejos, tratándolo con un paternalismo insólito, seguramente aceptado por el favorecido, porque le entrega cheques, destaca funcionarios y guardias y lo hace pasear en avión y helicópteros. Es más: mete en el juego a Irán. Y se da, entonces, la incongruencia del pretendido socialismo del siglo XXI que se alía con una dictadura secante, mezcla de fascismo y teocracia, dominada por una clase: la eclesiástica, al punto que su líder nacional –que no es el presidente y no participa ni gana una elección democrática–, es un ayatolá supuestamente predestinado para proteger a su patria y su religión.

Y aquí resalta lo amargo: el gobierno de Morales –y él mismo– juegan el papel secundario; de segundón de un experimento informe y audaz, sin que se haya reparado en que al régimen venezolano –pequeño en dimensión universal– sólo le espera el ocaso de una dictadura más. Así será una anécdota amarga en la historia de nuestra Latinoamérica, tan castigada por “salvadores”.
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II

Luego de la frustración por la pérdida del premio

Nobel de la paz...
Marcelo Ostria Trigo
Dicen las malas lenguas que, terminada la esperanza de que el presidente Morales, obtenga el Premio Nobel de la Paz correspondiente a 2007, ya no habrá freno para agredir y ofender a personas e instituciones. En efecto, los serios señores noruegos encargados de elegir al premiado, ya decidieron que el galardón de 2007 sea, conjuntamente, para el ex-vicepresidente estadounidense Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas. "El comité de premiación les entregó el galardón en reconocimiento a las acciones que han realizado para fomentar y difundir el conocimiento sobre la incidencia de las actividades humanas en el cambio climático, gestiones que han colocado las bases para enfrentarlo”. En esto por supuesto que no hay nada que se parezca a incitar a la violencia o el odio. Los caballeros noruegos ya no tendrán que pensar, hasta el año próximo, en un candidato meritorio para ser elegido.
Pero ahora, internamente en Bolivia, la cosa si que se pone más fea, pues se estaría cumpliendo lo que esas malas lenguas decían sobre el freno, ahora ausente, que obligaba al gobierno a mostrase pacífico, conciliador y sereno. Por esto, una vez perdido el premio, ya arrecian los ataques simultáneos a todos y a todo. Y éstos salen de la boca del propio presidente que ahora no ha visto mejor blanco que atacar a la Iglesia Católica. Y lo hace –ya se lo han dicho– con el atrevimiento de quien no conoce la historia ni el presente de una obra que, pese a cualquier carencia, está inspirada en la solidaridad con el prójimo, con los desvalidos, a los que el acusador pretender defender.
Ofende también a un sector respetable de ciudadanos. Dice que los combatientes de las fuerzas armadas contra la guerrilla de 1967 fueron inducidos por el imperio a enfrentar al agresor extranjero no mereciendo, entonces, reconocimiento alguno. Bueno ya no hay que discutir el disparate. Pero como es cierto que hubo soldados valerosos que se sacrificaron, negarles el homenaje por lo que ofrendaron, no sólo es una mezquindad sino que constituye una afrenta, sólo explicable por el sectarismo secante, expuesto con la arrogancia que va creciendo cuando el dirigente va en camino de convertirse en autócrata.

Hacer un recuento de las ofensas sería larga tarea, pues en número, gravedad y repetición, no hay parangón. No estamos, por ello, ante la necesaria serenidad que debe mostrar un conductor. La estridencia y la locuacidad insensata, no unen a los ciudadanos. Sólo producen mayores divisiones, enconos y enfrentamientos. Y pensar que el gobierno “masista”[1] se precia de trabajar para la consolidación de una patria unida. En realidad, son provocaciones, ni más ni menos, pero peligrosas y sin destino honroso.
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1 Del Movimiento al Socialismo (M.A.S,)

Entregas octubre 2007

6 de octubre de 2007.

I

El Premio Nobel de la Paz

Es difícil criticar, como boliviano, la postulación de un conciudadano a un reconocimiento mundial. Sería gratificante apoyarlo si muestra, sin sospechas ni dudas, suficientes credenciales y condiciones. Este fue el caso, aunque sin resultados, de la postulación de don Franz Tamayo al Premio Nobel de Literatura. Pero, cuando esto no ocurre, y aún a riesgo de ser acusado de mezquino en el juicio, hay que señalar, con honestidad y sensatez, las falencias del candidato.

El Premio Nobel de la Paz es uno de los cinco instituidos por el inventor sueco Alfred Nobel. Como antecedente ilustre, habrá que recordar a los primeros premiados, en 1901, Henry Dunant, fundador de la Cruz Roja Internacional y Frédéric Passy, pacifista reconocido por sus esfuerzos humanitarios y actividades a favor de los derechos humanos, la mediación en los conflictos internacionales y el control del armamentismo. Desde entonces, muchos fueron elegidos como personas de paz. Entre ellos –hay otros de iguales condiciones y virtudes– Nelson Mandela, la Madre Teresa de Calcuta, Jimmy Carter, la Campaña Internacional para la prohibición de las minas antipersona (ICBL) Jody Williams, Isaac Rabin, Mijaíl Gorbachov, Tenzin Gyatso (decimocuarto Dalai Lama), Mohamed Anwar el-Sadat, Menachem Begin, Willy Brandt, Martin Luther King y muchos otros personajes igualmente esclarecidos.

En 1992, la guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, obtuvo el Premio Nobel de la Paz “en reconocimiento a su trabajo por la justicia social y la reconciliación, basada en el respeto a los derechos de los pueblos indígenas”. Quince años después esto se desnaturalizó; la premiada se propuso usar su condición de galardonada para incursionar en la política, no precisamente en aras de la reconciliación, sino más bien alentada por el agresivo régimen de Hugo Chávez. La aventura terminó con un mísero apoyo electoral, mostrando el rechazo de los guatemaltecos al oportunismo.

Ahora, un político y dirigente cocalero boliviano, con antecedentes de instigador de la violencia y el enfrentamiento, de buscar frenéticamente la revancha cerril, de provocaciones e insultos estridentes, de acusaciones irresponsables sin pruebas, de manifiesta animadversión a sectores y regiones no aimaras, pretende el Premio. Este ciudadano, ahora presidente, no es exponente de hombre de paz.

Y, en el ámbito internacional no contribuye a la paz, ni a la armonía: Abre constantes frentes de controversia, como el ataque inútil al Presidente Felipe Calderón de México, se alía con gobiernos, como el de Irán, que son contestatarios del mundo, pormueve el imposible traslado de la sede principal de las Naciones Unidas, lo que dará lugar a no pocos diferendos. Y, lo peor: siembra odio en medio de su incoherencia discursiva.

¿Será, entonces, posible la premiación de un adalid de la división en su propio país, de la agresividad populista contra quienes no se uniforman con el pensamiento disperso del "masismo"? Todo puede ser. Hay ingenuos encandilados con un indigenismo con categoría folklórica, "chompa" rayada incluida.

Si logra el Premio el postulante del oficialismo boliviano, pese a las claras muestras de barbarie, como la desatada en Cochabamba por cocaleros, activistas y aun funcionarios del gobierno, nunca procesados, a la intolerancia y violencia en Sucre, a los atropellos a las instituciones, a la ley y a la libertad, muchos dejaremos de creer en el Premio Nobel de la Paz.

II

Sede de las Naciones Unidas

La Carta de la Organización de las Naciones Unidas de 1945 no fijo la sede del organismo. El Congreso de los Estados Unidos, el 10 de diciembre de ese año, resolvió invitar a las Naciones Unidas a que se estableciera en ese país. Luego, la Asamblea General de la ONU, reunida en Londres, resolvió el 14 de febrero de 1946 que la ciudad de Nueva York sea la sede de la organización mundial.

Esto no fue un asunto de poca monta. Se requería de inversiones importantes. Para los terrenos hubo una contribución de ocho millones de dólares de ese entonces, y los terrenos adicionales requeridos fueron donados por el municipio de la ciudad de Nueva York. La sede comprende un terreno urbano en Manhattan con una superficie de 7.2 hectáreas (72.000 m2). “El terreno no es propiedad de un solo país, sino de todos los Estados Miembros de la Organización. Las Naciones Unidas tienen su propia fuerza de seguridad y su propio cuerpo de bomberos, emiten sus propios sellos de correo…”. El diseño de los edificios, fue encomendado a un comité de arquitectos de Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, Francia, Suecia, Unión Soviética y Uruguay.

Resulta, ahora, que la sede de la ONU es un tema mayor en la política exterior del gobierno de Evo Morales, empeñado en que se la traslade a otro país miembro. En su última exposición en la Asamblea General, el presidente se quejó por los trámites, que considera humillantes, de personeros oficiales y congresistas bolivianos para obtener visas de ingreso al territorio de los Estados Unidos, y por el desvío del avión venezolano que lo llevó a Nueva York que, por esto, tuvo una demora de dos horas. Ya en La Paz, el severo ministro de la presidencia –nada dijo entonces el canciller–, relató lo del avión y las visas que produjeron el enojo presidencial, y anunció una campaña internacional para el traslado propuesto.

Y se llegó al entredicho diplomático. El Embajador de los Estados Unidos dijo que no sorprendería que el gobierno boliviano hasta pida el traslado de Disneylandia. Aunque luego afirmó que fue una de broma para distender las relaciones entre su país y Bolivia, habrá que advertir que exigió también respeto.

Pero hay más: Un eventual traslado de la sede de las Naciones Unidas, supondría una crisis diplomática; un intento de “castigar” a Estados Unidos por el enojo presidencial boliviano. ¿Inocencia o ignorancia? Este no es tema esencial de política exterior. Y se anuncia una campaña internacional boliviana para lograr dicho traslado. Otra vez: ignorancia o superchería. ¿Se pretende, con un esmirriado cuadro de embajadores bolivianos improvisados en alrededor de treinta países –los miembros de las Naciones Unidas son casi doscientos– arrinconar a los Estados Unidos? O se supone que países, como los de la Unión Europea, o China, o Brasil, México, Colombia, Chile, Perú en la región, o Rusia, estarían dispuestos a hacer suyo el reclamo por la demora del avión que llevaba a Evo Morales y enojarse con Estados Unidos.

Parece, sin embargo, que se trata de antagonizar a los “gringos” y de recibir, como se recibió, el aplauso del autócrata venezolano, junto al apoyo de bisoños ministros y funcionarios en Bolivia que juegan a la política internacional.

Así seguimos ciegamente hundiendo más nuestra ya deteriorada imagen de país sin rumbo, insensato y peligrosamente pendenciero.

Entregas septiembre 2007

30 de septiembre de 2007.

“Mal de muchos…

No estamos solos en el disparate. Y conste, esto sin contar al caraqueño ni al que tenemos aquí que, si no fueran peligrosos, no pasarían de ser unos tíos irreverentes.

Esto se dijo y se dice:

· “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”.

· “El gobierno reacciona indignado ante las críticas, como si el escrutinio de los asuntos públicos y de la conducta de los funcionarios fuese una grosera violación de la impunidad que –presumen- les otorgó la “democracia” en las urnas”.

· “Hoy (el grupo político en el gobierno) tiene la suma del poder, las mayorías parlamentarias de las que dispone le brindan un refugio inexpugnable contra los ataques de la oposición… Para muchos (del gobierno) las sentencias del Poder Judicial valen si son favorables, sino no. Se mira el Orden Jurídico con un solo ojo y se actúa fuera de la ley sin demasiados remilgos… El Estado son ellos …, por ahora. Ya volverá el tiempo del cumplimiento del Derecho, o sea el momento en que el Estado seamos todos.”

· “El actual presidente… ha tratado vanamente de cambiar la constitución para reelegirse y ha apelado a una retórica populista, autoritaria y de abierta confrontación que lo ha ido aislando de la mayoría de las fuerzas políticas existentes.”

No, estas citas no tratan sobre lo que sucede en Bolivia, aunque los parecidos son asombrosos. Es que el mal se generaliza y llega a países con una tradición democrática que languidece y, entre ellos, algunos sin los problemas de los más atrasados como Bolivia que, en desarrollo se ubica en América Latina sólo delante del atormentado Haití.

La primera cita corresponde a una conocida expresión sobre el inexorable rumbo de los soberbios que creen que el poder lo justifica todo. Es una sentencia de Lord John Acton.

La segunda se refiere al gobierno argentino de Néstor Kirchner. Su autor: Ricardo Medina Macías, analista político mexicano.

La tercera, es un extracto de un notable artículo del ex – presidente del Uruguay, Luís Alberto Lacalle Herrera.

La cuarta, se refiere al Paraguay; es del profesor argentino Carlos Sabino.

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Lo anterior muestra que todos tenemos las mismas culpas. Entre ellas, las del autoritarismo, ya sea de gobiernos de facto o de soberbios que ganaron elecciones y que, por ello, se creen autorizados para atentar contra la democracia, todo mezclado con un notorio escapismo, o sea con la majadería de que nuestros males se los debemos a los otros, a los que nos impusieron modelos y cargas históricas. En verdad somos producto de nuestros propios errores, de nuestras tropelías; no, no son los españoles, que conquistaron este continente, los que tienen la culpa, ni ellos sirven como pretexto para reivindicaciones folklóricas. Tampoco sirve echar la culpa a los gringos por nuestra incapacidad para progresar.

Quizá, si reconocemos nuestra estupidez colectiva, podríamos salir de este atolladero histórico al que nos han llevado extremistas, radicales, populistas, indigenistas, “demócratas” complacientes con asonadas y “revoluciones” populistas, gobiernos y políticos corruptos, pseudos - ambientalistas, “burócratas insensibles y satisfechos”, defensores de los derechos humanos de unos –y no de los otros–, “piqueteros”, bloqueadores, guerrilleros, “luchadores” callejeros violentos, e inclusive aventureros agitadores y activistas de países desarrollados que en safari intelectual asesoran, mal por supuesto, a gobiernos nativos ignaros y desorbitados.

Sí, “mal de muchos, consuelo de tontos”; ahora hay que invitar a que “venga el Diablo y escoja”.

29 de septiembre de 2007.

Irán

Se dio nomás.

Y muchos fuimos los ilusos, los que no creímos que se llegaría al disparate mayor, a la demasía perjudicial y a que el propio gobierno reconozca, con su conducta, que es un segundón del autócrata de Caracas.

Sí, fuimos ingenuos, al creer que habría un atisbo de sensatez, y que no se llegaría a la tontería de establecer relaciones con el régimen de los ayatolaes de Irán, de los que han instaurado no una teocracia, sino lo que definió Max Weber: una “eclesiocracia”, o sea un “poder político detentado institucionalmente por una casta sacerdotal” anacrónica, extremista, sectaria, intolerante y agresiva.

El imperio poderoso y floreciente de la Persia romántica hace mucho tiempo que desapareció. Vino el Irán del Chá, que intentó consolidar una monarquía constitucional, pero que no resistió los embates del fundamentalismo, para terminar en lo que hoy es: una república islámica desafiante, agresiva y, por ello, sin respeto a las libertades democráticas ni a los derechos esenciales de los ciudadanos y –aquí si cabe insistir– de las ciudadanas.

O será, “mutatis mutandi”, que se piensa instaurar en esta parte del mundo una república fundamentalista aimara –no islámica– con un consejo supremo de “amautas” –no de ayatolaes–?

Con tantos disparates que se escuchan, vaya usted a saber…

Y como el presidente de esta república islámica, Mahmud Ahmadineyad (no es el mandamás; el “líder supremo” iraní es el ayatolá Alí Jamenei) vino nomás, habría que revisar si, además de emisario y aliado de Chávez, puede comprometer seriamente a su país como socio comercial e inversor para el desarrollo boliviano, tal como se afanan en convencer los jerarcas del Gobierno del MAS. O, realmente, se trata de un obsesivo y subyacente propósito de incomodar a los Estados Unidos, enfrentado por Chávez –vaya a saber por qué–, y por los ayatolaes empecinados en seguir un sospechoso plan de desarrollo nuclear.

Hay datos que muestran que ese deseado intercambio comercial y el papel de inversor de Irán, serán difíciles de concretar. No es posible consignar aquí todos los indicadores socio–económicos, pero veamos sólo tres: Irán soporta una inflación anual del 13.5%; un balance en su presupuesto con un déficit del 23.71% (11.580 millones de dólares); y una tasa de desempleo del 11.2% (no se considera el excedente estructural de mano de obra existente en su economía). Con sólo estos tres datos, se reafirman las dudas de que con Irán, ya establecidas las relaciones, se vayan a alcanzar los objetivos en el ahora inexistente comercio bilateral, en cooperación financiera y tecnológica y en la inversión. Se trata, en verdad, de una movida política provocadora e insensata.

Las cosas no se limitan a lo anterior. Irán es una dictadura oligárquica, sectaria y anacrónica en el mundo contemporáneo. Sus acciones las justifica con la obligación de librar una “guerra santa” contra los “infieles”. Para esto viola principios internacionales. Sólo dos ejemplos: coopera en la desestabilización de El Líbano e incita al mundo musulmán a eliminar a un Estado soberano: Israel, en el empeño de lograr una pretendida reivindicación del predominio islámico en el Medio Oriente.

Irán lleva su acción al terreno del terrorismo, como el brutal atentado del 18 de julio de 1994 –el mayor de la historia argentina– contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), que causó 86 muertos y 300 heridos, eludiendo su cooperación para el esclarecimiento de este horroroso crimen.

El régimen del Movimiento al Socialismo (MAS) insiste en que se propone, haciendo honor a su nombre, llevar a Bolivia al socialismo –hasta ahora sólo está en el populismo– sin precisar de qué tipo: democrático, chavista o marxista leninista. Se proclama, en efecto, como de izquierda y revolucionario. Pero, en este acomodo oportunista y para complacer al también autoproclamado izquierdista y castrista Chávez, abandona principios y es inconsecuente, “hermanándose” con el despotismo reaccionario y la intolerancia fundamentalista de los ayatolaes.

¡Vaya política exterior y ética que mostrar al mundo….!

22 de septiembre de 2007

De la política y los partidos

Hace ya tiempo –o quizá esto fue siempre– se extiende la convicción de que la política es mala y despreciable; que es una actividad de deshonestos y falsarios. Esto no es todo: cuando se quiere restar confianza, seriedad o justicia a una posición pública con la que no se coincide, se dice que ésta tiene “intereses políticos” y, por tanto, es indigna. Y esto lo hacen inclusive adherentes de partidos que no dudan en descalificarlos con la muletilla de ¡son intereses políticos!

Por eso, “avergonzados” dirigentes y militantes, frecuentemente niegan el carácter político de sus propuestas o acciones. Esto contribuye, cada vez más, a consolidar la extendida percepción de que todo lo malo en el país es por culpa de los políticos, de los partidos… Y en esto incurren también los jerarcas del partido que ahora está en el poder, que no dudan en calificar una posición política cualquiera, pero que sea ajena, como propia de facinerosos.

Que hay malos políticos, no hay duda, como hay malos en todas las actividades. Los ciudadanos formamos parte de lo bueno y de lo malo. Y, por supuesto, hay también buenos ciudadanos que son políticos, con intenciones honestas. Negar esto representa un derrotismo lamentable y el descreimiento de nuestra propia esencia nacional.

Este fenómeno –común en muchos países– responde a esfuerzos de escapar de la realidad y de sentimientos de culpa. Es “escapismo” asignar a otros las carencias, defectos, errores y aún las tropelías propias. Este peculiar y generalizado sentimiento se ha venido agudizando por obra de los propios políticos y, ahora, por los que administran el país como militantes de un partido.

Sin embargo, la acusación de que se persiguen objetivos políticos en una propuesta o actitud pública, tiene otro ángulo. En efecto, las iniciativas con evidente esencia política –que se deben plantear y someter al juicio público–, si no proviene del actual partido gobernante o de los “movimientos sociales”, inmediatamente, un jerarca oficialista, serio y circunspecto, dice con sentenciosa censura: “son acciones para satisfacer intereses políticos”, y se añade lo consabido: para “desestabilizar” al gobierno.

Veamos el asunto: No es ningún secreto que Saint Simon, Comte, Proudhon y Marx, por mencionar sólo a algunos de los hombres más eminentes e influyentes, o los anarquistas, cuyas ideas nacieron y se difundieron en ese ambiente, aspiraban a suprimir la política pensando que así eliminaban los conflictos. Sin embargo, tanto la política como la moral son indispensables precisamente porque el conflicto es inevitable”. (Dalmacio Negro Pavón, Catedrático de "Historia de las Ideas y Formas Políticas" en la Universidad Complutense.). Si esto es así, vemos también que lo de devaluar lo político, lleva oculto el propósito de suprimir la libertad, pues limitar las corrientes del pensamiento, con el pretexto de que todo en la política es malo, es señal de que la democracia está sometida a una dura prueba.

Por último, no es comprensible que los verdaderos políticos, que tienen algo que decirle al país, por la vergüenza inducida por el populismo, se abstengan de opinar, esclarecer, proponer y criticar. Los ciudadanos, tienen derecho a saber la orientación de los partidos que pugnan por el poder. Es cierto: la dispersión y la “jibarización” de algunas agrupaciones políticas hacen que sea difícil distinguir opciones serias y con perspectivas; pero es peor que se caiga en el descreimiento cercano a la desesperanza.

15 de septiembre de 2007

¿Capricho o venganza?

La administración de la justicia puesta a prueba

El jurista Hans Kelsen (1881-1973), ante la cuestión de qué es la justicia, decía: “No hubo pregunta alguna que haya sido planteada con más pasión, no hubo otra por la que se haya derramado tanta sangre preciosa ni tantas amargas lágrimas como por ésta…” Y añadió: "La justicia es para mí aquello bajo cuya protección puede florecer la ciencia, y junto con la ciencia, la verdad y la sinceridad. Es la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia". El énfasis hoy en Bolivia es que no hay libertad sin justicia.

Si el régimen boliviano actual aceptara el predominio de la justicia, no se daría –como sucede ahora- que cualesquier autoridad, representante, dirigente o persona simplemente del llano, lance acusaciones públicas sin pruebas, sin rastros de que se busca la acción de la justicia. Ofender e inclusive calumniar a título de castigar por supuestos o reales delitos, es una demasía de quien no se siente obligado a responder por sus afirmaciones.

Esto sale a relucir porque en Bolivia se han rebasado todos los límites de lo racional. Esto es producto del ostensible objetivo del régimen de copar políticamente la administración de justicia, para sujetar a ciudadanos, instituciones y regiones al arbitrio del poder central.

Lo sucedido con el Tribunal Constitucional –que ya tiene secuelas políticas–, muestra el afán de negar la independencia del Poder Judicial, objetando cualquier fallo que pudiera ser adverso a los designios del régimen. Se trataría de castigar a tribunos que, en aplicación de la ley, anularon irregulares designaciones. Parece que quienes ahora nos gobiernan están convencidos de que son intocables.

El gobierno pudo corregir su ilegalidad impulsando un nuevo proceso de nombramientos de autoridades judiciales en el Parlamento. Esto no se produjo. El resentimiento presidencial fue más fuerte que la legalidad. Así, quien en el pasado se benefició con una decisión de la administración de justicia para permanecer como parlamentario, se propone tomar venganza por un fallo que ahora le es adverso. El intento de enjuiciar a los tribunos nunca tuvo el objetivo de restablecer la legalidad. Por eso, el Senado Nacional, usando una atribución constitucional, no acogió la infundada acusación que se orientó a la venganza y dispuso, en última instancia, que se archive todo lo obrado contra esos jueces.

Pero la secuela política del fallo constitucional, no terminó con la decisión del Senado Nacional. Con insistencia caprichosa e irracional se hurga todo –confirmando afanes de venganza– para encontrar algo en qué sustentar una nueva acción contra los tribunos, y así lograr la revancha, la que proviene nomás del empecinamiento oficialista, puesto que la “masista” prefectura de Potosí, lanzó una nueva ofensiva contra los miembros del Tribunal Constitucional, ciertamente alentada por el enojo presidencial que produjo el fallo que no fue favorable al régimen.

Así es cómo, los jueces de la República no se libran de la acción autoritaria del gobierno y muestra que no existe, en los elevados niveles del oficialismo, la convicción de que, para que haya armonía ciudadana, respeto mutuo y convergente entre gobernantes y gobernados, debe predominar “la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia”.

Está claro: el régimen no va a asegurar las libertades individuales ni va a trabajar por la paz ciudadana, menos aún protegerá lo que Kelsen llamó “la justicia de la democracia” y, por esto, no se va a conducir con tolerancia. Estas virtudes son necesarias para los que pretenden introducir cambios sociales democráticos, en beneficio de todos los ciudadanos, sin nuevas exclusiones. Lamentablemente, los caprichos, la altanería y el abuso del poder en procura de violentar la justicia, no muestran que los integrantes del M.A.S. tienen –¿las habrán tenido antes?– estas virtudes.

8 de septiembre de 2007

I

Por ahora, nos hemos salvado por un pelo….

¡Qué tensión! la que se esparció en todo el país, en la semana que termina. Fue la provocada por el propio régimen ante la legítima –o por lo menos muy comprensible– iniciativa chuquisaqueña para que Sucre recupere su condición de lo que se ha venido en llamar “capital plena” de la República. Y se temió lo peor.

La capacidad del régimen para enfrentar agresivamente a todo y a todos, parece ilimitada. Así las energías se dispersan en los conflictos que el propio gobierno crea, generando una espiral de divisiones y animadversiones sin miras de terminar. Y como si los sucesos de Sucre hubieran sido de poca monta, no hubo freno para desatar simultáneamente dos nuevos motivos para la preocupación: la histeria oficialista contra los Estados Unidos y su Embajada en La Paz, junto a la cerril amenaza de cerrar el Senado que derrotó, con el voto democrático, la iniciativa para defenestrar ilegalmente a los miembros del Tribunal Constitucional.

Hace ocho meses hubo una lección dolorosa: Los sucesos de Cochabamba, tuvieron un desenlace trágico, con destrucción y muerte. Fue la hora de la intolerancia, la provocación y la violencia desatada por hordas cocaleras agresivas, decididas a castigar –vaya a saber por qué– a un pueblo viril que exigía respeto, comprensión y, sobre todo, democracia y paz. Pareció, entonces que al final todos aprenderían que tragedia sólo destruye.

Pero, continúa nomás la búsqueda del enfrentamiento fratricida. No hay región o sector que escape a la crispación colectiva que se origina en la política violenta e intolerante del régimen. No parece, entonces, una casualidad que, en medio de las tensiones por la iniciativa chuquisaqueña, se haya procurado hurgar en el avispero, preparando agresivas expediciones de cocaleros a Sucre, con hordas cocaleras dizque para proteger la continuidad de una Asamblea Constituyente mal concebida, peor dirigida, y dispuesta a cualquier disparate, contrariando no sólo la ley, sino el sentido común. Claro está que todo estaba dirigido a copar instituciones y regiones, de manera que el populismo no tenga freno legal, porque el moral ya lo ha perdido, al contradecir la práctica democrática.

Conformadas legiones de vigilantes cocaleros y “pochos rojos”, se hubiera desatado una nueva tragedia. La amenaza de los cien mil –después se redujo el número previsto– campesinos en marcha hacia Sucre era para doblegar por la fuerza al civismo chuquisaqueño. Las bravuconadas se sucedieron. Se anunció que estos “campesinos” iban en son de paz, a menos que, se amenazaba, la Asamblea Constituyente no consiga concretar un trabajo ilegal. Ayer nomás, las avanzadas agresivas habían llegado a Potosí, para ocupar Sucre el lunes 10 de este mes en una llamada “cumbre social”.

Que no se haya caído en el abismo del enfrentamiento, con perspectivas de generalizarse, admite dos hipótesis: una –la menos probable– que se haya impuesto en el régimen, aunque lo desmiente la iracundia del ministro negociador, la conciencia de que la lucha fraticida sólo conduce al desastre. La otra es que el gobierno haya advertido que el sentimiento democrático, el ansia de libertad y la determinación de proteger los derechos ciudadanos, no se apaga con palos, látigos y agresiones. Cuando esto sucede, se está anunciando el fin de un experimento despótico. Un triunfo sobre la ciudadanía, siempre es pírrico, condenando el futuro de los supuestamente vencedores.

Por ahora, nos hemos librado por un pelo….

II

Y ahora ¿a quiénes les toca el turno?

Todos lo sabemos: el oficialismo sigue en una permanente búsqueda de renovados blancos para sus ataques, provocaciones y acusaciones infundadas. Es el estilo escogido por el actual régimen.

Nadie, absolutamente nadie que tenga criterios libres, se escapa de los denuestos y las amenazas. No se libran, inclusive, los que promueven el respeto a la ley, ya que, para los personeros del oficialismo, esa honrosa acción es de oligarcas, derechistas facinerosos, racistas y opositores que cooperaron con gobiernos pasados. Esta es la conducta distintiva del fundamentalismo populista reinante.

La lista de los que sufren la diatriba permanente de gobernantes y militantes del MAS es muy larga. Habrá que mencionar a algunas de las víctimas:

  • Los departamentos, cuyos ciudadanos aprobaron, en un referendo convocado por el propio gobierno, un régimen autonómico, y que ahora reciben la acusación de promover la división del país.
  • Todos los políticos, por supuesto no los del MAS o de los grupos afines, como el que dirige el alcalde de La Paz que ya se unió a la diatriba contra Sucre.
  • Los empresarios privados que, frecuentemente y sin prueba alguna, son acusados de insensibles, explotadores y aun culpables de actos de corrupción, nunca probados.
  • Los prefectos departamentales y los alcaldes no alineados con el régimen, con el propósito de capturar instituciones para ponerlas al servicio del MAS.
  • La prensa: empresarios, trabajadores, columnistas y reporteros de los medios de comunicación, que se dice que son usados por la oposición.
  • Los dirigentes cívicos, a los que, además del insulto y la falsa acusación, se procura acosar con juicios sin sentido ni fundamento.
  • Los miembros del poder judicial –en especial los del Tribunal Constitucional– a los que el ejecutivo no pudo dominar y ponerlos a su servicio.
  • Los senadores que no aceptaron decisiones ilegales, y que ahora no sólo son vituperados, sino que también reciben la amenaza del cierre del Senado Nacional, de quien en un tiempo lo presidió, y que ahora luce su esencia antidemocrática y violenta.
  • La iglesia católica, cuando sus prelados y representantes señalan equívocos y demasías del gobierno, o piden paz y no violencia.
  • Los colaboradores de gobiernos pasados, que luego trabajaron legalmente en proyectos y estudios financiados dentro de la ley y de los convenios internacionales por un gobierno amigo.

Cuando se está acabando en el país la reserva de los blancos de ataques, la furia se vuelca al exterior, acusando a gobiernos amigos, que cooperaron y cooperan a este país empobrecido. La animosidad se hace extensiva a Embajadas, dando lugar a que un energúmeno pida la expulsión del jefe de una misión diplomática. Claro que esto con un camino zigzagueante de acercamientos para luego retomar la agresividad. Y qué decir de la locuacidad insolente exhibida durante una visita oficial al Perú, que recibió una humillante reprimenda de peruanos ilustres que, con razón, se sintieron agraviados.

Se repite que un cambio –asamblea constituyente de por medio– traerá prosperidad, y que hay que defenderlo aun cruentamente. Se trata nomás de un estilo provocador. Con el insulto y la intimidación a ciudadanos, instituciones y regiones, y la amenaza de lanzar a las huestes cocaleras que ya desataron una tragedia, se cree que se conseguirá todo: hasta la reelección indefinida, el régimen de partido único y, al fin, la dictadura.

Y ahora, ¿a quiénes les toca recibir amenazas, agravios y falsas acusaciones?

1 de septiembre de 2007

¿Dónde están los límites?

Una muestra de sabiduría es reconocer los límites de lo tolerable; es decir que no es prudente traspasar impunemente esos márgenes, puesto que si esto sucede hay que temer lo peor y, de ello, hay amargas experiencias.

En esta semana que termina, se pudieron encender incendios devastadores. Es que se está ignorando que, como afirmó un ilustre pensador boliviano, no se es impunemente poderoso. Sin embargo, se ve que el oficialismo no advierte o no comprende las señales en este sentido. Por esto nos acercamos a posibles desenlaces políticos dramáticos. Y se está haciendo muy poco –en verdad, se incita a lo opuesto– para que los problemas se superen en paz.

Encapricharse en lo que no funciona, o funciona mal, es una insensatez. Un claro ejemplo: luego de los iniciales y sinceros apoyos, vemos cómo se sujeta el futuro de la Nación a los designios de una asamblea constituyente sectaria, absurda, mal conformada y peor dirigida, irremediablemente encaminada al fracaso. Resulta claro que el designio del gobierno es la imposición antidemocrática para consagrar un populismo racista.

La asamblea constituyente tiene el objetivo de aprobar una ley suprema de la Nación, es decir una Constitución Política del Estado. Pero, para qué una nueva ley fundamental, si, por adelantado, el gobierno, por boca del presidente, dice que las leyes perjudican los propósitos del oficialismo, los planes de cambio. En realidad es una negativa anticipada a aceptar una norma jurídica que impida la discrecionalidad de los gobernantes. Así las cosas, hay que temer que, aunque se adopte una constitución, que hipotéticamente represente con autenticidad las expectativas y los derechos de la ciudadanía, se rebasarán nomás los límites que impone la legalidad, porque así lo quiere un mandatario en actitud autocrática. Y no hay que olvidar los aprestos del oficialismo para imponer la reelección presidencial indefinida, al mejor estilo chavista.

Una asamblea constituyente, integrada por miembros electos, debe reunirse para debatir libremente. Esta es la única forma civilizada y democrática de diseñar un modelo de Estado con instituciones a respetar y con derechos y garantías de los ciudadanos a proteger. Pero ahora, cuando las cosas se complican para los que se proponen imponer un texto constitucional sectario, se busca soluciones en las calles, en el enfrentamiento. Para ello, el oficialismo no tiene pudor en amenazar –no se puede caer en la ingenuidad de que creer que serán espontáneas acciones populares– que decenas sus adherentes (¡se dice que serán cien mil!), incluyendo los “ponchos rojos”, sitiarán la ciudad de Sucre y que se harán “vigilias” hasta que los miembros de tal asamblea se sometan a la presión, aprobando, dizque en un día y a la fuerza, el proyecto de constitución del partido de Gobierno. Ayer nomás en Sucre, los que señalan una decisión ilegal de esta malhadada asamblea fueron reprimidos, con casi treinta heridos. Esto se hace a sabiendas de que una constitución impuesta no tiene futuro.

Y pensar que inicialmente nos hemos tragando la propaganda machacona, abusiva e interesada de que la asamblea es el remedio para todos nuestros males; propaganda con innumerables espacios en los canales de televisión, ciertamente pagados por el Estado.

Seguramente, todo esto se asienta en experiencias populistas ajenas y en afanes de imitación, sin considerar que en Bolivia la imposición no rinde frutos, sino más bien resistencia. Esto se produce cuando se rebasan los límites de la tolerancia...

Entregas agosto 2007

25 de agosto de 2007

I

Los colores de los meses…

Hace tiempo que se asigna colores a los días, a las semanas y a los meses; y, cuando hay tragedias, se usa el negro: “Enero Negro” de este año, por el salvaje ataque cocalero en Cochabamba; “Febrero Negro” de 2003, el de los tiros entre policías y soldados en La Paz; “Septiembre Negro” el de los palestinos en 1970 y de los terroristas en Nueva York en 2001; “Octubre Negro” de 2003, el de la caída de Sánchez de Lozada, etc. ¿Qué color le correspondería al pasado miércoles 22 de agosto? Porque este fue el día en que la democracia boliviana fue herida por un golpe artero, confirmando que se intenta consagrar una autocracia populista.

No cuenta la liviana interpretación de que lo sucedido obedece sólo al enojo de don Evo, porque le revirtieron sus nombramientos en la Corte Suprema de Justicia. Es, en realidad, parte del modelo totalitario "chavista". Con o sin nombramientos de magistrados, la carrera era hacia el autoritarismo. Fue una acción del Gobierno para eliminar, con el cierre del Tribunal Constitucional, todo freno legal a sus designios, porque con la justicia funcionando –los masistas lo saben– no podría hacer lo que le dé la gana.

Como fieles discípulos del chavismo, los oficialistas se empeñan en dar muerte a un sistema de vida, que fue diseñado para la tolerancia y respeto a las libertades democráticas. Ya no valen disquisiciones jurídicas, porque se trata de una empecinada actitud política para copar, a las buenas o a las malas, los espacios y las instituciones republicanas.

Se reitera: queda la duda, de que la última crisis proviene sólo de don Evo, porque las acciones en la Cámara de Diputados, en la casi extinta Asamblea Constituyente, en los ministerios ineficientes, en los “movimientos sociales” anarquistas y violentos, en los bloqueos, marchas y provocaciones alentados por el oficialismo, lucen como parte de un plan –diabólico, por cierto– de los nostálgicos del extremismo, que ven en el populismo el camino para lograr una dictadura, ahora al estilo de la “bolivariana” –¡perdón, Libertador Simón Bolívar!– de Chávez.

Pero, la cosa no es tan sencilla para los “revolucionarios populistas”. Ellos saben que está a la vista su pésimo manejo del Estado; para dar sólo dos ejemplos: la inflación y el costo de vida crecen, pese a las lindezas de la “nacionalización” del gas. Y, precisamente el gas, el que proviene de las segundas reservas más grandes en América del Sur, por esa mala administración escasea en muchos hogares bolivianos, castigando especialmente a los más pobres. Estas son, en efecto, muestras de las carencias de los gobernantes. No alcanza, para disimular la ineficiencia y las “metidas de pata”, el dinerillo que el Presidente distribuye en sus viajes, o sea los petrodólares, en cheques manuscritos, de los venezolanos, regalados por Chávez; tampoco sirven las imitaciones obsecuentes –discursos de horas, como los de Castro y de Chávez– con amenazas festejadas sólo por el populacho enardecido.

Ya nadie cree en el retruécano “masista” de que los culpables de todos nuestros males y desventuras son la dominación colonial, el neo-liberalismo, las oligarquías terratenientes, los partidos políticos, los militares, los funcionarios públicos, los empresarios privados, los comités cívicos, los maestros, los universitarios, la “Media Luna”, los que leen libros (el canciller, por admisión propia, está orgulloso de no leer), los mineros, los agricultores, los industriales, los estadounidenses y su Embajada en La Paz, en fin todo. Pero no; la mayoría de nuestros males actuales provienen de la incuria que prevalece, de la ineficiencia funcionaria, de la ignorancia e la irresponsabilidad, de los desafíos y las bravuconadas a personas, regiones y sectores, todo para instaurar una dictadura.

Entonces ¿cuál será el color del miércoles 22 de agosto de 2007? ¿Será el negro que marca el mal irremediable; o será, más bien, el comienzo del fin de una aventura política sin destino honroso?

II

Don Dinero

Hace centurias, don Francisco de Quevedo y Villegas, llamó al dinero “poderoso caballero”. Y sigue vigente y sin cambios.

Lo que este don Francisco resalta en su satírico poema, es el uso pérfido y malvado que muchas veces se da al dinero, al bien o mal habido, como instrumento de dominación y de compra de conciencias. Hay, sin embargo, un nuevo ámbito en el que este caballero se mueve y cobra buena o mala imagen: unas veces (las que se lo da y recibe con buenas acciones), como la llamada ayuda o cooperación internacional, y otras para forzar políticas y entrometerse en los asuntos internos de los países a los que supuestamente trata como amigos (estas son las que reciben el repudio general).

Don Dinero, actualmente tiene varios orígenes: la riqueza que ofrece el desarrollo, la bonanza de recursos naturales, como el petróleo, que rinde cantidades enormes de excedentes, y las actividades del crimen organizado, como el narcotráfico.

Ahora, ha aparecido una nueva manera de emplear a este poderoso caballero, porque ni hablar de las buenas intenciones ni del desprendimiento de los chávez y fideles. Vargas Llosa, hace más de veinticinco años decía que hay desconfiar de los que hablan mucho de la libertad, porque frecuentemente tienen oculto el propósito de conculcarla. Hay bastante parecido con el dinero que, proclamadamente y sin respetar leyes ni reglas, viene como cooperación y solidaridad, pero lleva oculto el propósito de dominar.

Los actos en que se entregan cheques, inclusive los manuscritos, tienen el fin ostensible de ganar popularidad, la de Chávez y, tangencialmente, de Evo. Solo faltaría que estos cheques llevaran impresa la imagen de este Chávez, mostrando su egolatría, como sucedió con la ayuda venezolana a los damnificados peruanos, con alimentos que tenían en el envoltorio el retrato del sonriente mandamás de Caracas. Así, los aportes no lucían como donación humanitaria venezolana, sino la de un Chávez endiosado, que maneja como dadivoso Papá Noel los petrodólares venezolanos.

En nuestro país, los que reciben los chequecitos de Chávez de manos del Presidente, aplican el aforismo de que, a caballo regalado no se le mira los dientes. Y por supuesto qué mejor que no tener que rendir cuentas, es decir sin sujeción a reglas que definan el destino del gasto. Es el dinero que proviene de un convenio tripartito boliviano – venezolano – cubano (claro que en el caso cubano no se aplica por sus evidentes carencias socialistas) muy disimulado y, que se sepa, sin haber guardado las formas establecidas por la Constitución y las leyes de nuestro país.

Y ahora, lo insólito: el diario La Razón hoy, en la página A17, informa que “Venezuela abona dinero de su ayuda (¿el del convenio?) a cuentas militares”. Esta es la afirmación de un ministro ex – militar: el dinero se recibe en aplicación de un convenio para mejorar la infraestructura de las instalaciones militares y se deposita directamente a cada unidad. ¿Habrá control y orden en esas entregas? Si hay, no se está dando esa imagen y, cuando eso sucede, los perjudicados son los que reciben el dinero.

¿Será que se podrá mantener la dignidad ante lo que aparece como un soborno o como una limosna improductiva?

18 de agosto de 2007

Ingenuidad y frustración

Son muchos los ingenuos. Están en un estado de candor, de falta de malicia. Generalmente son personas tan buenas que hacen sospechar que han llegado a cierto grado de estupidez. Por eso, para algunos seguramente resulta triste reconocer que los bolivianos nos hemos convertido en ingenuos crónicos. Pero, a algunos esto no les molesta, porque ser ingenuo frecuentemente aparece como una actitud simpática, marcada por buenas intenciones y por el deseo de tolerarlo todo e, inclusive, de perdonar.

La ingenuidad se muestra también en las expresiones de deseos, o sea en con fiar en que las cosas sucederán a nuestra medida, a nuestro antojo. Estos niegan o ignoran la realidad, atribuyéndose el monopolio de la esperanza; son lo contrario de los pesimistas que, cuando menos, son antipáticos, derrotistas, etc.

Cuando en diciembre de 2005 vino la avalancha electoral del “masismo” (del M.A.S., partido en el gobierno), se miraba con desconfianza a quien pretendía ser realista y que no creía el cuento populista de que se estaba proponiendo un cambio para todos, para todo el pueblo, para toda la ciudadanía, sin excepciones; que traería justicia, libertad, inclusión social, nuevas leyes sabias, asegurando la vigencia de la democracia y, junto a estas lindezas, la honradez y la prosperidad.

Cuando aparecía un pesimista o desconfiado, los prudentes, es decir los ingenuos, decían: hay que dar a este gobierno el beneficio de la duda y esperar antes de juzgar a los que han llegado al poder en elecciones libres. Al fin y al cabo, se añadía, es un nuevo gobierno que representa a la mayoría de los bolivianos, que tiene el apoyo y la autoridad para darse el lujo de ser justo, con la fuerza suficiente para asegurar el respeto mutuo y convergente de todos los sectores, de todas las regiones, de todas las razas, de todas las creencias.

Pero, en esto de creer ciegamente, los ingenuos no son tan bienaventurados. Frecuentemente pagan su candor con la frustración. En Bolivia, la frustración muy rápidamente se convierte en desesperación, lo que es peligroso. Es más: cuando se pretende acorralar a un sector o a una región, se está abriendo el camino de la confrontación. Y cuando se menciona confrontación, no siempre significa que los grupos adversos se van a agarrar a los tiros, sino que se siembra semillas de odio, de incomprensión, de desunión. Y, con esto, nadie puede pensar que se está edificando un país cambiado razonablemente, con más justicia, armonía, libertad y, al fin, con auténticas prácticas democráticas.

Ahora, los desencantados crecen en número; muchos con la amargura de haber contribuido a este populismo que está destruyendo una nación –la nuestra– que, pese a su diversidad, a su geografía atormentada y a su historia dramática, logró el milagro de pervivir en el continente, con el propósito de erigirse en “tierra de contactos y no de antagonismos”. Esta ingenuidad la pagamos todos, corriendo el riesgo de llegar a la negación de la democracia, a la autocracia, a la imposición despótica, poniendo en riesgo la propia continuidad republicana.

Un claro ejemplo: Quizá hubo pocos en el país que no cayeron en la ingenuidad de creer que la Asamblea Constituyente sería el instrumento para asegurar la felicidad plena de los bolivianos, aprobando una ley fundamental sabia, moderna y necesaria. Pocos también dijeron que la constitución vigente –siempre estos textos son perfectibles– es razonablemente buena; que lo malo es no respetarla, o sea violarla constantemente. Ahora, los proyectos para adoptar una nueva constitución, son lamentables esfuerzos para llegar a la incongruencia, especialmente con el intento de amontonarlo todo, como en un cajón de sastre, para llenar las expectativas de todos los extremistas, en todas sus gamas, que se cobijan en los llamados movimientos sociales, convirtiendo a estos en agrupaciones de permanente agitación y provocación.

Con más de cuatro centenas de artículos, contrariando toda técnica legislativa y rigor jurídico, no se va a contribuir a la efectiva vigencia de los derechos ciudadanos, a la armonía social, al desarrollo nacional, etc. Acaso ¿se mejora algo con decir que Bolivia es: “un Estado Unitario, Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, social, descentralizado y con autonomías territoriales; se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico”?, o sea con una interminable fila de adjetivos o calificaciones (15 en total) Artículo 1, numeral I, del proyecto oficialista.

Pero hay más: Numeral II. “Está asentada (Bolivia) en los valores de la unidad, solidaridad, reciprocidad, complementariedad, armonía, equilibrio, equidad social y de género en la participación, distribución y redistribución de los productos y bienes sociales para “vivir bien””. ¡Ufa, ya van diez más!

Se podría seguir indefinidamente con el afán de lanzar palabras y palabras, sin aportar nada más que palabras y no precisamente para mejorar lo existente. Y cuidado, no todo es tan pueril. Se dice, por ejemplo, que el Estado boliviano se funda, entre esa sarta de calificativos, en “el pluralismo jurídico”. Se trata nomás de lo que se llama la “justicia comunitaria”, tan antigua como brutal, con chicotazos y expulsiones de las comunidades, regresando al castigo corporal condenado por las sociedades modernas.

Pese a todo, los ingenuos creyeron –hay muchos que siguen creyendo– que hay que salvar esta “Caja de Pandora” que es el Asamblea Constituyente, de la que están saliendo tantos e insospechados demonios, cuando lo mejor que pudiera pasar es que se cierre y que sigamos con una constitución como la actual, pero respetándola. Y, para colmo, esta malhadada Asamblea, sigue la tónica del régimen, con torpezas, ilegalidades e imposiciones, como la decisión antidemocrática de eliminar un tema del debate: el de la capital de la República, con la ostensible complicidad de su propia presidenta, fiel a todos los dictados del Poder Ejecutivo.

Los ingenuos también estuvieron convencidos de que la victoria masista por amplio margen en las elecciones de diciembre de 2005, haría que este nuevo gobierno se avenga a ser abierto, respetuoso, demócrata, apegado a la justicia y la ley. Y cuando salen las amenazas y agravios del propio presidente, cuando no se tolera la opinión divergente, cuando se desanda lo logrado en democracia y se niega la vigencia de las instituciones republicanas, el desencanto se esparce y la amargura crece.

Pero no solamente se trata de la negación del ejercicio pleno de las libertades, sino que el oficialismo no admite su evidente ineficiencia en el manejo del Estado, como la del aceleramiento de la inflación, la escasez de artículos esenciales, la constante subida de precios, lo que se procura ocultar con falacias, cuando no con insultos y amenazas.

Pero, como percibir el mal no significa que se habrá de corregirlo, la frustración se acrecienta cuando se ve la porfía insana de hundir al país, de abandonar la modernidad. Es cierto, los que obtuvieron la mayoría de votos son los que deben ejercer el poder público. Pero sólo eso. La mayoría de votos no es toda la democracia. Democracia es, también, proteger a todos los ciudadanos del avasallamiento, con la ley, con la justicia. Procurar, con pobladas o con amenazas, someter a pueblos, no es un cambio para una vida nacional más digna y próspera. “Bolivia cambia”, si pero sin democracia. Y “Evo cumple” pero no lo que prometió: equidad y justicia para todos, sino ahora con intentos de revancha por supuestos agravios y venganza hacia quienes no piensan como él.

Muchos ya han dejado la ingenuidad y, por ahora, están en la frustración. Por eso, tantos nos dirán: ¡qué la inocencia les valga!

12 de agosto de 2007

Reunión presidencial, gobernar por decreto y amenazas

En la reunión de Tarija del viernes 10 de agosto, convocada para que los presidentes de Bolivia, Argentina y Venezuela suscriban convenios sobre hidrocarburos, hubo tensiones, enojos y malas caras, lo que no tuvo mucho destaque en la prensa boliviana. La noticia y los pormenores de ese malestar provino del diario La Nación de Buenos Aires, en un despacho de su enviado especial.

Un grave escándalo y general sensación se produjo en la Argentina, cuando se supo que funcionarios de la petrolera estatal venezolana PDVSA, en un avión alquilado por el gobierno argentino, habían intentado introducir en ese país una maleta con ochocientos mil dólares en efectivo no declarados y sin información sobre el destino del contrabando. Al tratarse de un asunto en el que estaban envueltos venezolanos del oficialismo, la noticia puso al presidente Néstor Kirchner en una muy incómoda situación, precisamente cuando está en marcha la campaña electoral de su cónyuge para sucederlo en la Presidencia.

En la citada crónica de la reunión de Tarija se dice que el presidente argentino “quería una aclaración de Chávez, que lo ayudara a capear la tormenta”, pero que el “socio bolivariano (Chávez) se negó tajantemente”. Añade, además, que este último “cortó en seco” a los periodistas argentinos interesados en obtener declaraciones sobre este bullado asunto, con un torpe: “Allá ustedes con sus percepciones”. Con la misma rudeza, otros miembros de la comitiva venezolana, se negaron a declarar, ente ellos el canciller.

El despacho añade: “El reclamo público a Venezuela fue formulado desde anteayer por el Gobierno (miércoles 8 de agosto)”. “Sólo se sabe que Antonini es amigo de los directivos chavistas de Pdvsa y que viajaba en el mismo avión privado que los funcionarios de confianza de Kirchner”. ”El clima de tensión era fácil de percibir en Tarija. Terminado el acto del enésimo lanzamiento de la integración energética entre la Argentina, Bolivia y Venezuela, cuyos avances reales son escasos, Kirchner se retiró, literalmente, por la puerta de atrás del anfiteatro del hotel Los Parrales”.

Mientras tanto, el presidente de Bolivia en el Limbo… ajeno a lo que pasaba. Tenía, entre ceja y ceja, el propósito de rendir buen examen ante su preceptor Chávez. Y lo hizo bien. De esto se informó este sábado 11 de agosto, en un pequeño espacio casi escondido en la penúltima página de un diario paceño. Según este diario, en el encuentro de Tarija, Evo Morales anunció que “las actuales leyes le perjudican para consolidar el proceso de cambio que promueve desde que asumió el mando, por lo que advirtió que gobernará con decretos supremos sin importarle las demandas de inconstitucionalidad que presenten los partidos de la oposición”. Vale la pena repetir lo que, en su lenguaje peculiar, Morales dijo textualmente: “Estar sometidos a leyes es perjudicarnos, aunque digan que es inconstitucional nuestros (sic) decretos, nuestros hechos (?), no importa…”. Y siguió: “No hay que esperar las leyes, se tiene que ir trabajando con decisiones políticas, y si nos demandan de inconstitucionalidad, nuestros decretos supremos (sic), será el pueblo que juzgue...”.

Como puede ser fácilmente percibido en este examen, la perorata “evista” correspondió al estilo provocador y chabacano del autócrata venezolano. Y esto –como siempre– fue acompañado con amenazas, esta vez nuevamente a las empresas petroleras, incluida Petrobrás.

Hay confesión de parte, lo que releva de prueba. Se trata, a través del intencional desconocimiento de la ley, de instaurar un sistema autocrático negador de las libertades ciudadanas. En Bolivia el populismo, con decretos, se apresta a desconocer el imperio de la ley, el derecho, las libertades y las instituciones nacidas de la democracia.

11 de agosto de 2007

Opinión e influencia

Las opiniones de columnistas, periodistas, cronistas, analistas y un gran etcétera, no parecen influir notoriamente en las acciones del Gobierno; tampoco inducen enmiendas en las conductas, o hacen cambiar rumbos probadamente equivocados. Esto, es cierto, salvo que se trate de escándalos o hechos dramáticos. Pero hay más: son pocos los que leen los periódicos y, entre esos pocos, son menos aún los que leen las páginas de opinión y, especialmente, los editoriales que generalmente tienen que acomodarse a los intereses de algunos propietarios de los órganos de difusión.

Entonces, se concluye que el alcance de las opiniones que son difundidas por la prensa se limita a dirigentes políticos, a altos funcionarios que temen ser alcanzados por la crítica y a partidarios y opositores a un gobierno, que tienen militantes que se enfadan o solazan por las críticas o por las alabanzas al oficialismo.

Fuera del poco hábito de leer en Bolivia –lo que ha sido inclusive alabado por un actual ministro, que se precia de no leer libros– habrá que tomar en cuenta que muchos son los llamados analfabetos funcionales, que reducen aún más la cantidad de lectores de los periódicos, lo que hace comprender por qué los tirajes de éstos son, simplemente, ridículos frente al número de habitantes. Quedan así unos pocos miles de lectores de periódicos –son muchísimo menos los de libros en el país–, que están interesados en la opinión de quienes, entendidos o no, opinan como analistas, comentaristas, etc. sobre la economía, la política, las relaciones externas, y otros campos de acción pública que comprometen el futuro del país.

Entonces surge la pregunta inevitable: ¿Para qué escribir, si pocos leen, si pocos se interesan en los asuntos públicos? Es difícil dar una respuesta. Habrá que descartar que se lo haga por dinero, porque ya no se paga por los escritos publicados, puesto que los espontáneos de las letras abundan: son los que van de ruego en ruego a ver a directores, jefes de redacción, editores, para que les publiquen sus escritos, y que no tienen más remedio que sujetarse al juicio –algunas veces arbitrario– de quienes asumen el poder de hacer que los escritos lleguen al escasísimo público lector.

Algunos se dedican –como lo hago con esta columna de responsabilidad personal– a enviar sus artículos por la vía del correo electrónico a sus conocidos y a otros que, por casualidad, han llegado a saber de la existencia de la “publicación electrónica”, y que se interesan en solazarse con los argumentos contrarios al régimen o, en algunos casos, deban rabiar por las críticas al oficialismo.

Quizá esto de escribir sobre los temas nacionales sea una manera de dar salida a malos o buenos estados de ánimo. Y también pudiera ser que obedece a auténticas preocupaciones que, por lo menos en nuestro país, provienen últimamente de un intento –consciente o no– de enfrentarnos, desunirnos, cambiarnos, hacernos cada vez menos libres, y más pobres y “encuevados”, como nos llamó un escritor extranjero por nuestro aislamiento crónico de la comunidad internacional.

Este escrito ciertamente tiene el pesimismo que trae la desesperanza esparcida en la ciudadanía, ya que es penoso ver cómo los que están al mando de la Nación se empeñan en tropezarse en las mismas piedras: la provocación, la mentira, la improvisación, la segregación, la división, el autoritarismo que siempre acaba enterrando a los que lo intentan. Todo esto al lado de una nueva sumisión, esta vez a un déspota extranjero, de la inexperiencia y la ineficiencia, de la torpe amenaza a pueblos –como el de Sucre– e inclusive a instituciones como el Tribunal Constitucional.

Y como la crítica está limitada en su alcance, la soberbia y la imprudencia aconsejan a los que están al mando de la Nación que ignoren los comentarios adversos, por muy constructivos que sean. Por el contrario, los desmanes son publicitados y, en unos casos festejados y en otros repudiados, como aquel de un constituyente del M.A.S., que amenazó obsecuente, con el cierre del Parlamento por una ley que se aprobó y que a él no le gusta. ¡Qué exponente oficialista de la proclamada calidad demócrata del gobierno! Bueno, con el ejemplo que recibe (“Evo Morales anuncia que gobernará con decretos: …Estar sometidos a las leyes es perjudicarnos, aunque digan que es (sic) inconstitucional nuestros decretos, nuestros hechos, no importa…” -El Presidente en Tarija. La Razón, 11 de agosto de 2007, pag. A22-) ¿quién podrá entonces sorprenderse por el dislate de un segundón?

Está a la vista que se pretende seguir la política que, desde hace dos mil años, aconseja apaciguar al pueblo con pan y circo. Lo malo es que el pan, pese a riquezas y a las “recuperaciones de recursos”, está en vías de ser escaso y el circo se manifiesta en payasadas, bromas de mal gusto, e hipérboles infantiles (como la alcanzar a Suiza). Se inventa, inclusive, un desfile mixto de ponchos y uniformes con gastos cuantiosos –se trasladaron a miles de hombres y mujeres civiles, dizque de los distintos sectores y regiones– a costa del dinero público. Esto no contribuirá al bienestar general. ¡Y pensar que se quiere repetirlo el año que viene!

Pero, también hay que recordar que, a las noches bolivianas, por muy siniestras que hayan sido, siempre les siguieron esperanzadores amaneceres. Cuando se recupere la libertad plena, la democracia, el respeto mutuo entre gobernantes y gobernados, la concordia, la solidaridad, la justicia, como elementos esenciales para la vida republicana, seguramente vendrá el nuevo amanecer. Esto alienta para escribir.


4 de agosto de 2007

En el Día de la Patria

El próximo 6 de agosto Bolivia cumple 182 años de vida republicana independiente. Es una oportunidad propicia para recordar una historia de esperanza, amor y coraje. Y también es cuando se repasa la historia de un pueblo, surge renovado el orgullo y el civismo y se reafirman los propósitos de trabajar para que la Patria sea un ámbito de paz, libertad, igualdad y bienestar. Estos sentimientos son comunes en nuestra América: el “Continente de la Esperanza” de José Martí. El fervor patriota, en estos días, es auténtico. Qué lindo es ver las calles engalanadas con banderas. Hasta parece que cuando se cantan los himnos nacionales, salen voces gigantescas que retumban en cada rincón del continente americano.

Así, se suceden promesas e intenciones de enmendar errores. Entre las arengas inflamadas, se convoca a buscar la paz y la concordia, a respetar la libertad, la democracia y la justicia, pidiendo redoblar los esfuerzos para lograr el bienestar colectivo. Todos repiten los llamados a la unidad de la Patria, de los ciudadanos, de los que nos gobiernan y de los gobernados. Es la ocasión en que parece que las palabras no alcanzan para las enormes promesas.

Lo anterior se sobrepone momentáneamente a los problemas y las ansiedades de todos los días que, por lo menos para los bolivianos, son agobiantes. En realidad, el inflamado sentimiento patriótico en el día de la Patria, no hace desaparecer las vicisitudes de los ciudadanos, los temores ante las arremetidas contra el derecho, la democrática y la libertad. Persisten las urgencias de pan y libertad.

Y hasta se pretende justificar conductas censurables. Por ejemplo, ya habrán dejado de ser de atención pública las chabacanas declaraciones dentro y fuera del país que, si no provinieran de los más altos niveles, fueran bromas festejadas por el pueblo. Pero no, no son bromas sin consecuencias. Son parte de un estilo que pretende que el cambio –el de “Evo cumple”– sea para invadir y conculcar derechos, para dominar pueblos y dañar instituciones republicanas, para imponer caprichos groseros que se convierten en parte de un extraño ritual populista e indígena, como el del puño izquierdo alzado, que ni es indígena ni es boliviano, con ocurrencias inspiradas e instigadas por el estilo bravucón del ahora presidente de la entrañable Venezuela, que ahora sufre la afrenta del despotismo populista.

Festejar el día de la Patria, si. Y también rendir homenaje a héroes y patricios. Es más: convocar a la reflexión. Ahora, para que la ciudadanía diga ¡basta! a la imposición, a la arbitrariedad, a las incitativas a la violencia, a la intromisión chavista, a los discursos inflamados de odio, a la provocación a regiones y pueblos. Decir también ¡basta! a la procacidad. Es que no es admisible que en un viaje oficial al exterior, quien debía actuar como estadista sereno, insulte a sus propios conciudadanos en un discurso, y que sus denuestos desenfrenados alcancen a un mandatario –el anfitrión– merecedor de respeto y consideración. Y qué vergüenza saber que una personalidad extranjera haya dicho que el mandatario boliviano ha “perdido un poco de cortesía; cuando uno es huésped de un país tiene que actuar a la altura de las circunstancias y nada más.” (Jorge del Castillo, Primer Ministro del Perú. La Razón, viernes 3 de agosto de 2007, página A 14). Y tiene razón. A quién, que no sea Chávez o sus discípulos populistas, se le puede ocurrir decir de un presidente anfitrión, que durante una gestión anterior “era más flaco y más antiimperialista”. Acaso no se pudo reconocer los logros positivos de este mandatario demócrata. ¿Acaso no hubiéramos celebrado juntos, el crecimiento económico, el imperio de la ley, el respeto al imperio de la ley y a las libertades democráticas? Pero no; hubo nomás la nota amarga, al mejor estilo de Chávez.

Pero, fuera de la anécdota como la del ridículo gesto del puño izquierdo cerrado, este día nacional nos encuentra más divididos que nunca, con predominio de la ineficiencia en el manejo del Estado. Pero ante la crítica fundada, salen los áulicos a justificar tozudamente el error, la desidia, la imposición. Como los yerros y las torpezas no se reconocen, los oficialistas, verdaderos espontáneos de la política, se rasgan las vestiduras y se espantan cuando se mencionan verdades, por ejemplo, que los índices inflacionarios están sobre lo previsto; que la economía de los ciudadanos se daña por los precios en alza. Todo junto a provocaciones peligrosas y al recurrente desconocimiento de la ley, de los derechos y de los compromisos asumidos.

Pero más todavía: la moribunda Asamblea Constituyente, esa Caja de Pandora que se abrió y dio salida a los horribles demonios de la desunión, de la imposición, de la simulación, de la irresponsabilidad y de la confrontación, seguirá todavía con caricaturas de debates en lugar de la honesta búsqueda de esclarecimientos para servir a la comunidad con una ley fundamental que proteja a todos los ciudadanos, sin nuevas exclusiones que reflejen odio e intolerancia. Y qué decir de las llamadas vigilias del populacho inducido para presionar, con demostraciones de fuerza, la aprobación de una u otra regla –hasta las más disparatas– para la nueva Constitución. Queda poco para esperanza…

Parece que la ceguera de muchos sobre esta malhadada Asamblea llegó inclusive a un jefe político opositor que, cebado en la demagogia, dice que sin Asamblea no habrá autonomías departamentales. Vaya pobreza intelectual, porque sabe de la falta de voluntad de concertación, sabe que la consigna es el rodillo de la imposición, conoce que la pretensión es aprobar una Ley Fundamental de más de siete centenares de artículos, contrariando toda técnica constitucional.

Con estos disparates, se sigue en el empeño de crear un Estado con un curioso engendro populista, mezcla de indigenismo anacrónico y socialismo del siglo XXI, el de Hugo Chávez. Pero se seguirá creando más incertidumbre. Vaya regalo patrio: permitir que esta instancia disociadora se prolongue hasta el 14 de diciembre de este año. Una agonía por otros cuatro meses.

A propósito de Chávez, este día nacional, el del 182 aniversario de la Patria libre de cadenas extranjeras, se va estrechando la dominación del chavismo, por la sumisión de nuestros propios dirigentes. Y el nuevo rico, regala dinero de los venezolanos para apoyar a su discípulo. Y no solamente eso: un contingente de militares venezolanos llega a Bolivia, dizque a proteger a Chávez en una nueva visita a Bolivia, precisamente para un desfile militar, con la participación provocadora de milicianos campesinos adeptos al oficialismo.

También son constantes las incitativas al enfrentamiento por el diferendo del reconocimiento constitucional de la capital de la República. Nuevos actores, como el alcalde paceño que estuvo arrinconado políticamente por el MAS, ahora, con la furia del converso –él no es paceño–, incita acciones populacheras y agresivas, justificando cualquier conducta, desconociendo el democrático derecho de todos los bolivianos a debatir propuestas e iniciativas, sin vetos ni tabúes. Y pensar que quien así incita, se considera jurista y político demócrata, o sea hombre de derecho respetuoso de la expresión y pensamiento ajenos.

¿Será que Bolivia no tiene otras opciones para vivir en libertad, democracia y justicia?

¿Estamos condenados al autoritarismo, a la simulación y a la mentira?

¿Serán eternas estas tinieblas ominosas?

No, seguramente, como sucedió en la historia patria, vendrá un nuevo amanecer: el de la libertad, como el 6 de agosto de 1825.