25 de agosto de 2007
I
Los colores de los meses…
Hace tiempo que se asigna colores a los días, a las semanas y a los meses; y, cuando hay tragedias, se usa el negro: “Enero Negro” de este año, por el salvaje ataque cocalero en Cochabamba; “Febrero Negro” de 2003, el de los tiros entre policías y soldados en La Paz; “Septiembre Negro” el de los palestinos en 1970 y de los terroristas en Nueva York en 2001; “Octubre Negro” de 2003, el de la caída de Sánchez de Lozada, etc. ¿Qué color le correspondería al pasado miércoles 22 de agosto? Porque este fue el día en que la democracia boliviana fue herida por un golpe artero, confirmando que se intenta consagrar una autocracia populista.
No cuenta la liviana interpretación de que lo sucedido obedece sólo al enojo de don Evo, porque le revirtieron sus nombramientos en la Corte Suprema de Justicia. Es, en realidad, parte del modelo totalitario "chavista". Con o sin nombramientos de magistrados, la carrera era hacia el autoritarismo. Fue una acción del Gobierno para eliminar, con el cierre del Tribunal Constitucional, todo freno legal a sus designios, porque con la justicia funcionando –los masistas lo saben– no podría hacer lo que le dé la gana.
Como fieles discípulos del chavismo, los oficialistas se empeñan en dar muerte a un sistema de vida, que fue diseñado para la tolerancia y respeto a las libertades democráticas. Ya no valen disquisiciones jurídicas, porque se trata de una empecinada actitud política para copar, a las buenas o a las malas, los espacios y las instituciones republicanas.
Se reitera: queda la duda, de que la última crisis proviene sólo de don Evo, porque las acciones en la Cámara de Diputados, en la casi extinta Asamblea Constituyente, en los ministerios ineficientes, en los “movimientos sociales” anarquistas y violentos, en los bloqueos, marchas y provocaciones alentados por el oficialismo, lucen como parte de un plan –diabólico, por cierto– de los nostálgicos del extremismo, que ven en el populismo el camino para lograr una dictadura, ahora al estilo de la “bolivariana” –¡perdón, Libertador Simón Bolívar!– de Chávez.
Pero, la cosa no es tan sencilla para los “revolucionarios populistas”. Ellos saben que está a la vista su pésimo manejo del Estado; para dar sólo dos ejemplos: la inflación y el costo de vida crecen, pese a las lindezas de la “nacionalización” del gas. Y, precisamente el gas, el que proviene de las segundas reservas más grandes en América del Sur, por esa mala administración escasea en muchos hogares bolivianos, castigando especialmente a los más pobres. Estas son, en efecto, muestras de las carencias de los gobernantes. No alcanza, para disimular la ineficiencia y las “metidas de pata”, el dinerillo que el Presidente distribuye en sus viajes, o sea los petrodólares, en cheques manuscritos, de los venezolanos, regalados por Chávez; tampoco sirven las imitaciones obsecuentes –discursos de horas, como los de Castro y de Chávez– con amenazas festejadas sólo por el populacho enardecido.
Ya nadie cree en el retruécano “masista” de que los culpables de todos nuestros males y desventuras son la dominación colonial, el neo-liberalismo, las oligarquías terratenientes, los partidos políticos, los militares, los funcionarios públicos, los empresarios privados, los comités cívicos, los maestros, los universitarios, la “Media Luna”, los que leen libros (el canciller, por admisión propia, está orgulloso de no leer), los mineros, los agricultores, los industriales, los estadounidenses y su Embajada en La Paz, en fin todo. Pero no; la mayoría de nuestros males actuales provienen de la incuria que prevalece, de la ineficiencia funcionaria, de la ignorancia e la irresponsabilidad, de los desafíos y las bravuconadas a personas, regiones y sectores, todo para instaurar una dictadura.
Entonces ¿cuál será el color del miércoles 22 de agosto de 2007? ¿Será el negro que marca el mal irremediable; o será, más bien, el comienzo del fin de una aventura política sin destino honroso?
II
Don Dinero
Hace centurias, don Francisco de Quevedo y Villegas, llamó al dinero “poderoso caballero”. Y sigue vigente y sin cambios.
Lo que este don Francisco resalta en su satírico poema, es el uso pérfido y malvado que muchas veces se da al dinero, al bien o mal habido, como instrumento de dominación y de compra de conciencias. Hay, sin embargo, un nuevo ámbito en el que este caballero se mueve y cobra buena o mala imagen: unas veces (las que se lo da y recibe con buenas acciones), como la llamada ayuda o cooperación internacional, y otras para forzar políticas y entrometerse en los asuntos internos de los países a los que supuestamente trata como amigos (estas son las que reciben el repudio general).
Don Dinero, actualmente tiene varios orígenes: la riqueza que ofrece el desarrollo, la bonanza de recursos naturales, como el petróleo, que rinde cantidades enormes de excedentes, y las actividades del crimen organizado, como el narcotráfico.
Ahora, ha aparecido una nueva manera de emplear a este poderoso caballero, porque ni hablar de las buenas intenciones ni del desprendimiento de los chávez y fideles. Vargas Llosa, hace más de veinticinco años decía que hay desconfiar de los que hablan mucho de la libertad, porque frecuentemente tienen oculto el propósito de conculcarla. Hay bastante parecido con el dinero que, proclamadamente y sin respetar leyes ni reglas, viene como cooperación y solidaridad, pero lleva oculto el propósito de dominar.
Los actos en que se entregan cheques, inclusive los manuscritos, tienen el fin ostensible de ganar popularidad, la de Chávez y, tangencialmente, de Evo. Solo faltaría que estos cheques llevaran impresa la imagen de este Chávez, mostrando su egolatría, como sucedió con la ayuda venezolana a los damnificados peruanos, con alimentos que tenían en el envoltorio el retrato del sonriente mandamás de Caracas. Así, los aportes no lucían como donación humanitaria venezolana, sino la de un Chávez endiosado, que maneja como dadivoso Papá Noel los petrodólares venezolanos.
En nuestro país, los que reciben los chequecitos de Chávez de manos del Presidente, aplican el aforismo de que, a caballo regalado no se le mira los dientes. Y por supuesto qué mejor que no tener que rendir cuentas, es decir sin sujeción a reglas que definan el destino del gasto. Es el dinero que proviene de un convenio tripartito boliviano – venezolano – cubano (claro que en el caso cubano no se aplica por sus evidentes carencias socialistas) muy disimulado y, que se sepa, sin haber guardado las formas establecidas por la Constitución y las leyes de nuestro país.
Y ahora, lo insólito: el diario La Razón hoy, en la página A17, informa que “Venezuela abona dinero de su ayuda (¿el del convenio?) a cuentas militares”. Esta es la afirmación de un ministro ex – militar: el dinero se recibe en aplicación de un convenio para mejorar la infraestructura de las instalaciones militares y se deposita directamente a cada unidad. ¿Habrá control y orden en esas entregas? Si hay, no se está dando esa imagen y, cuando eso sucede, los perjudicados son los que reciben el dinero.
¿Será que se podrá mantener la dignidad ante lo que aparece como un soborno o como una limosna improductiva?
18 de agosto de 2007
Ingenuidad y frustración
Son muchos los ingenuos. Están en un estado de candor, de falta de malicia. Generalmente son personas tan buenas que hacen sospechar que han llegado a cierto grado de estupidez. Por eso, para algunos seguramente resulta triste reconocer que los bolivianos nos hemos convertido en ingenuos crónicos. Pero, a algunos esto no les molesta, porque ser ingenuo frecuentemente aparece como una actitud simpática, marcada por buenas intenciones y por el deseo de tolerarlo todo e, inclusive, de perdonar.
La ingenuidad se muestra también en las expresiones de deseos, o sea en con fiar en que las cosas sucederán a nuestra medida, a nuestro antojo. Estos niegan o ignoran la realidad, atribuyéndose el monopolio de la esperanza; son lo contrario de los pesimistas que, cuando menos, son antipáticos, derrotistas, etc.
Cuando en diciembre de 2005 vino la avalancha electoral del “masismo” (del M.A.S., partido en el gobierno), se miraba con desconfianza a quien pretendía ser realista y que no creía el cuento populista de que se estaba proponiendo un cambio para todos, para todo el pueblo, para toda la ciudadanía, sin excepciones; que traería justicia, libertad, inclusión social, nuevas leyes sabias, asegurando la vigencia de la democracia y, junto a estas lindezas, la honradez y la prosperidad.
Cuando aparecía un pesimista o desconfiado, los prudentes, es decir los ingenuos, decían: hay que dar a este gobierno el beneficio de la duda y esperar antes de juzgar a los que han llegado al poder en elecciones libres. Al fin y al cabo, se añadía, es un nuevo gobierno que representa a la mayoría de los bolivianos, que tiene el apoyo y la autoridad para darse el lujo de ser justo, con la fuerza suficiente para asegurar el respeto mutuo y convergente de todos los sectores, de todas las regiones, de todas las razas, de todas las creencias.
Pero, en esto de creer ciegamente, los ingenuos no son tan bienaventurados. Frecuentemente pagan su candor con la frustración. En Bolivia, la frustración muy rápidamente se convierte en desesperación, lo que es peligroso. Es más: cuando se pretende acorralar a un sector o a una región, se está abriendo el camino de la confrontación. Y cuando se menciona confrontación, no siempre significa que los grupos adversos se van a agarrar a los tiros, sino que se siembra semillas de odio, de incomprensión, de desunión. Y, con esto, nadie puede pensar que se está edificando un país cambiado razonablemente, con más justicia, armonía, libertad y, al fin, con auténticas prácticas democráticas.
Ahora, los desencantados crecen en número; muchos con la amargura de haber contribuido a este populismo que está destruyendo una nación –la nuestra– que, pese a su diversidad, a su geografía atormentada y a su historia dramática, logró el milagro de pervivir en el continente, con el propósito de erigirse en “tierra de contactos y no de antagonismos”. Esta ingenuidad la pagamos todos, corriendo el riesgo de llegar a la negación de la democracia, a la autocracia, a la imposición despótica, poniendo en riesgo la propia continuidad republicana.
Un claro ejemplo: Quizá hubo pocos en el país que no cayeron en la ingenuidad de creer que la Asamblea Constituyente sería el instrumento para asegurar la felicidad plena de los bolivianos, aprobando una ley fundamental sabia, moderna y necesaria. Pocos también dijeron que la constitución vigente –siempre estos textos son perfectibles– es razonablemente buena; que lo malo es no respetarla, o sea violarla constantemente. Ahora, los proyectos para adoptar una nueva constitución, son lamentables esfuerzos para llegar a la incongruencia, especialmente con el intento de amontonarlo todo, como en un cajón de sastre, para llenar las expectativas de todos los extremistas, en todas sus gamas, que se cobijan en los llamados movimientos sociales, convirtiendo a estos en agrupaciones de permanente agitación y provocación.
Con más de cuatro centenas de artículos, contrariando toda técnica legislativa y rigor jurídico, no se va a contribuir a la efectiva vigencia de los derechos ciudadanos, a la armonía social, al desarrollo nacional, etc. Acaso ¿se mejora algo con decir que Bolivia es: “un Estado Unitario, Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, social, descentralizado y con autonomías territoriales; se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico”?, o sea con una interminable fila de adjetivos o calificaciones (15 en total) Artículo 1, numeral I, del proyecto oficialista.
Pero hay más: Numeral II. “Está asentada (Bolivia) en los valores de la unidad, solidaridad, reciprocidad, complementariedad, armonía, equilibrio, equidad social y de género en la participación, distribución y redistribución de los productos y bienes sociales para “vivir bien””. ¡Ufa, ya van diez más!
Se podría seguir indefinidamente con el afán de lanzar palabras y palabras, sin aportar nada más que palabras y no precisamente para mejorar lo existente. Y cuidado, no todo es tan pueril. Se dice, por ejemplo, que el Estado boliviano se funda, entre esa sarta de calificativos, en “el pluralismo jurídico”. Se trata nomás de lo que se llama la “justicia comunitaria”, tan antigua como brutal, con chicotazos y expulsiones de las comunidades, regresando al castigo corporal condenado por las sociedades modernas.
Pese a todo, los ingenuos creyeron –hay muchos que siguen creyendo– que hay que salvar esta “Caja de Pandora” que es el Asamblea Constituyente, de la que están saliendo tantos e insospechados demonios, cuando lo mejor que pudiera pasar es que se cierre y que sigamos con una constitución como la actual, pero respetándola. Y, para colmo, esta malhadada Asamblea, sigue la tónica del régimen, con torpezas, ilegalidades e imposiciones, como la decisión antidemocrática de eliminar un tema del debate: el de la capital de la República, con la ostensible complicidad de su propia presidenta, fiel a todos los dictados del Poder Ejecutivo.
Los ingenuos también estuvieron convencidos de que la victoria masista por amplio margen en las elecciones de diciembre de 2005, haría que este nuevo gobierno se avenga a ser abierto, respetuoso, demócrata, apegado a la justicia y la ley. Y cuando salen las amenazas y agravios del propio presidente, cuando no se tolera la opinión divergente, cuando se desanda lo logrado en democracia y se niega la vigencia de las instituciones republicanas, el desencanto se esparce y la amargura crece.
Pero no solamente se trata de la negación del ejercicio pleno de las libertades, sino que el oficialismo no admite su evidente ineficiencia en el manejo del Estado, como la del aceleramiento de la inflación, la escasez de artículos esenciales, la constante subida de precios, lo que se procura ocultar con falacias, cuando no con insultos y amenazas.
Pero, como percibir el mal no significa que se habrá de corregirlo, la frustración se acrecienta cuando se ve la porfía insana de hundir al país, de abandonar la modernidad. Es cierto, los que obtuvieron la mayoría de votos son los que deben ejercer el poder público. Pero sólo eso. La mayoría de votos no es toda la democracia. Democracia es, también, proteger a todos los ciudadanos del avasallamiento, con la ley, con la justicia. Procurar, con pobladas o con amenazas, someter a pueblos, no es un cambio para una vida nacional más digna y próspera. “Bolivia cambia”, si pero sin democracia. Y “Evo cumple” pero no lo que prometió: equidad y justicia para todos, sino ahora con intentos de revancha por supuestos agravios y venganza hacia quienes no piensan como él.
Muchos ya han dejado la ingenuidad y, por ahora, están en la frustración. Por eso, tantos nos dirán: ¡qué la inocencia les valga!
12 de agosto de 2007
Reunión presidencial, gobernar por decreto y amenazas
En la reunión de Tarija del viernes 10 de agosto, convocada para que los presidentes de Bolivia, Argentina y Venezuela suscriban convenios sobre hidrocarburos, hubo tensiones, enojos y malas caras, lo que no tuvo mucho destaque en la prensa boliviana. La noticia y los pormenores de ese malestar provino del diario La Nación de Buenos Aires, en un despacho de su enviado especial.
Un grave escándalo y general sensación se produjo en la Argentina, cuando se supo que funcionarios de la petrolera estatal venezolana PDVSA, en un avión alquilado por el gobierno argentino, habían intentado introducir en ese país una maleta con ochocientos mil dólares en efectivo no declarados y sin información sobre el destino del contrabando. Al tratarse de un asunto en el que estaban envueltos venezolanos del oficialismo, la noticia puso al presidente Néstor Kirchner en una muy incómoda situación, precisamente cuando está en marcha la campaña electoral de su cónyuge para sucederlo en la Presidencia.
En la citada crónica de la reunión de Tarija se dice que el presidente argentino “quería una aclaración de Chávez, que lo ayudara a capear la tormenta”, pero que el “socio bolivariano (Chávez) se negó tajantemente”. Añade, además, que este último “cortó en seco” a los periodistas argentinos interesados en obtener declaraciones sobre este bullado asunto, con un torpe: “Allá ustedes con sus percepciones”. Con la misma rudeza, otros miembros de la comitiva venezolana, se negaron a declarar, ente ellos el canciller.
El despacho añade: “El reclamo público a Venezuela fue formulado desde anteayer por el Gobierno (miércoles 8 de agosto)”. “Sólo se sabe que Antonini es amigo de los directivos chavistas de Pdvsa y que viajaba en el mismo avión privado que los funcionarios de confianza de Kirchner”. ”El clima de tensión era fácil de percibir en Tarija. Terminado el acto del enésimo lanzamiento de la integración energética entre la Argentina, Bolivia y Venezuela, cuyos avances reales son escasos, Kirchner se retiró, literalmente, por la puerta de atrás del anfiteatro del hotel Los Parrales”.
Mientras tanto, el presidente de Bolivia en el Limbo… ajeno a lo que pasaba. Tenía, entre ceja y ceja, el propósito de rendir buen examen ante su preceptor Chávez. Y lo hizo bien. De esto se informó este sábado 11 de agosto, en un pequeño espacio casi escondido en la penúltima página de un diario paceño. Según este diario, en el encuentro de Tarija, Evo Morales anunció que “las actuales leyes le perjudican para consolidar el proceso de cambio que promueve desde que asumió el mando, por lo que advirtió que gobernará con decretos supremos sin importarle las demandas de inconstitucionalidad que presenten los partidos de la oposición”. Vale la pena repetir lo que, en su lenguaje peculiar, Morales dijo textualmente: “Estar sometidos a leyes es perjudicarnos, aunque digan que es inconstitucional nuestros (sic) decretos, nuestros hechos (?), no importa…”. Y siguió: “No hay que esperar las leyes, se tiene que ir trabajando con decisiones políticas, y si nos demandan de inconstitucionalidad, nuestros decretos supremos (sic), será el pueblo que juzgue...”.
Como puede ser fácilmente percibido en este examen, la perorata “evista” correspondió al estilo provocador y chabacano del autócrata venezolano. Y esto –como siempre– fue acompañado con amenazas, esta vez nuevamente a las empresas petroleras, incluida Petrobrás.
Hay confesión de parte, lo que releva de prueba. Se trata, a través del intencional desconocimiento de la ley, de instaurar un sistema autocrático negador de las libertades ciudadanas. En Bolivia el populismo, con decretos, se apresta a desconocer el imperio de la ley, el derecho, las libertades y las instituciones nacidas de la democracia.
11 de agosto de 2007
Opinión e influencia
Las opiniones de columnistas, periodistas, cronistas, analistas y un gran etcétera, no parecen influir notoriamente en las acciones del Gobierno; tampoco inducen enmiendas en las conductas, o hacen cambiar rumbos probadamente equivocados. Esto, es cierto, salvo que se trate de escándalos o hechos dramáticos. Pero hay más: son pocos los que leen los periódicos y, entre esos pocos, son menos aún los que leen las páginas de opinión y, especialmente, los editoriales que generalmente tienen que acomodarse a los intereses de algunos propietarios de los órganos de difusión.
Entonces, se concluye que el alcance de las opiniones que son difundidas por la prensa se limita a dirigentes políticos, a altos funcionarios que temen ser alcanzados por la crítica y a partidarios y opositores a un gobierno, que tienen militantes que se enfadan o solazan por las críticas o por las alabanzas al oficialismo.
Fuera del poco hábito de leer en Bolivia –lo que ha sido inclusive alabado por un actual ministro, que se precia de no leer libros– habrá que tomar en cuenta que muchos son los llamados analfabetos funcionales, que reducen aún más la cantidad de lectores de los periódicos, lo que hace comprender por qué los tirajes de éstos son, simplemente, ridículos frente al número de habitantes. Quedan así unos pocos miles de lectores de periódicos –son muchísimo menos los de libros en el país–, que están interesados en la opinión de quienes, entendidos o no, opinan como analistas, comentaristas, etc. sobre la economía, la política, las relaciones externas, y otros campos de acción pública que comprometen el futuro del país.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿Para qué escribir, si pocos leen, si pocos se interesan en los asuntos públicos? Es difícil dar una respuesta. Habrá que descartar que se lo haga por dinero, porque ya no se paga por los escritos publicados, puesto que los espontáneos de las letras abundan: son los que van de ruego en ruego a ver a directores, jefes de redacción, editores, para que les publiquen sus escritos, y que no tienen más remedio que sujetarse al juicio –algunas veces arbitrario– de quienes asumen el poder de hacer que los escritos lleguen al escasísimo público lector.
Algunos se dedican –como lo hago con esta columna de responsabilidad personal– a enviar sus artículos por la vía del correo electrónico a sus conocidos y a otros que, por casualidad, han llegado a saber de la existencia de la “publicación electrónica”, y que se interesan en solazarse con los argumentos contrarios al régimen o, en algunos casos, deban rabiar por las críticas al oficialismo.
Quizá esto de escribir sobre los temas nacionales sea una manera de dar salida a malos o buenos estados de ánimo. Y también pudiera ser que obedece a auténticas preocupaciones que, por lo menos en nuestro país, provienen últimamente de un intento –consciente o no– de enfrentarnos, desunirnos, cambiarnos, hacernos cada vez menos libres, y más pobres y “encuevados”, como nos llamó un escritor extranjero por nuestro aislamiento crónico de la comunidad internacional.
Este escrito ciertamente tiene el pesimismo que trae la desesperanza esparcida en la ciudadanía, ya que es penoso ver cómo los que están al mando de la Nación se empeñan en tropezarse en las mismas piedras: la provocación, la mentira, la improvisación, la segregación, la división, el autoritarismo que siempre acaba enterrando a los que lo intentan. Todo esto al lado de una nueva sumisión, esta vez a un déspota extranjero, de la inexperiencia y la ineficiencia, de la torpe amenaza a pueblos –como el de Sucre– e inclusive a instituciones como el Tribunal Constitucional.
Y como la crítica está limitada en su alcance, la soberbia y la imprudencia aconsejan a los que están al mando de la Nación que ignoren los comentarios adversos, por muy constructivos que sean. Por el contrario, los desmanes son publicitados y, en unos casos festejados y en otros repudiados, como aquel de un constituyente del M.A.S., que amenazó obsecuente, con el cierre del Parlamento por una ley que se aprobó y que a él no le gusta. ¡Qué exponente oficialista de la proclamada calidad demócrata del gobierno! Bueno, con el ejemplo que recibe (“Evo Morales anuncia que gobernará con decretos: …Estar sometidos a las leyes es perjudicarnos, aunque digan que es (sic) inconstitucional nuestros decretos, nuestros hechos, no importa…” -El Presidente en Tarija. La Razón, 11 de agosto de 2007, pag. A22-) ¿quién podrá entonces sorprenderse por el dislate de un segundón?
Está a la vista que se pretende seguir la política que, desde hace dos mil años, aconseja apaciguar al pueblo con pan y circo. Lo malo es que el pan, pese a riquezas y a las “recuperaciones de recursos”, está en vías de ser escaso y el circo se manifiesta en payasadas, bromas de mal gusto, e hipérboles infantiles (como la alcanzar a Suiza). Se inventa, inclusive, un desfile mixto de ponchos y uniformes con gastos cuantiosos –se trasladaron a miles de hombres y mujeres civiles, dizque de los distintos sectores y regiones– a costa del dinero público. Esto no contribuirá al bienestar general. ¡Y pensar que se quiere repetirlo el año que viene!
Pero, también hay que recordar que, a las noches bolivianas, por muy siniestras que hayan sido, siempre les siguieron esperanzadores amaneceres. Cuando se recupere la libertad plena, la democracia, el respeto mutuo entre gobernantes y gobernados, la concordia, la solidaridad, la justicia, como elementos esenciales para la vida republicana, seguramente vendrá el nuevo amanecer. Esto alienta para escribir.
4 de agosto de 2007
En el Día de la Patria
El próximo 6 de agosto Bolivia cumple 182 años de vida republicana independiente. Es una oportunidad propicia para recordar una historia de esperanza, amor y coraje. Y también es cuando se repasa la historia de un pueblo, surge renovado el orgullo y el civismo y se reafirman los propósitos de trabajar para que la Patria sea un ámbito de paz, libertad, igualdad y bienestar. Estos sentimientos son comunes en nuestra América: el “Continente de la Esperanza” de José Martí. El fervor patriota, en estos días, es auténtico. Qué lindo es ver las calles engalanadas con banderas. Hasta parece que cuando se cantan los himnos nacionales, salen voces gigantescas que retumban en cada rincón del continente americano.
Así, se suceden promesas e intenciones de enmendar errores. Entre las arengas inflamadas, se convoca a buscar la paz y la concordia, a respetar la libertad, la democracia y la justicia, pidiendo redoblar los esfuerzos para lograr el bienestar colectivo. Todos repiten los llamados a la unidad de la Patria, de los ciudadanos, de los que nos gobiernan y de los gobernados. Es la ocasión en que parece que las palabras no alcanzan para las enormes promesas.
Lo anterior se sobrepone momentáneamente a los problemas y las ansiedades de todos los días que, por lo menos para los bolivianos, son agobiantes. En realidad, el inflamado sentimiento patriótico en el día de la Patria, no hace desaparecer las vicisitudes de los ciudadanos, los temores ante las arremetidas contra el derecho, la democrática y la libertad. Persisten las urgencias de pan y libertad.
Y hasta se pretende justificar conductas censurables. Por ejemplo, ya habrán dejado de ser de atención pública las chabacanas declaraciones dentro y fuera del país que, si no provinieran de los más altos niveles, fueran bromas festejadas por el pueblo. Pero no, no son bromas sin consecuencias. Son parte de un estilo que pretende que el cambio –el de “Evo cumple”– sea para invadir y conculcar derechos, para dominar pueblos y dañar instituciones republicanas, para imponer caprichos groseros que se convierten en parte de un extraño ritual populista e indígena, como el del puño izquierdo alzado, que ni es indígena ni es boliviano, con ocurrencias inspiradas e instigadas por el estilo bravucón del ahora presidente de la entrañable Venezuela, que ahora sufre la afrenta del despotismo populista.
Festejar el día de la Patria, si. Y también rendir homenaje a héroes y patricios. Es más: convocar a la reflexión. Ahora, para que la ciudadanía diga ¡basta! a la imposición, a la arbitrariedad, a las incitativas a la violencia, a la intromisión chavista, a los discursos inflamados de odio, a la provocación a regiones y pueblos. Decir también ¡basta! a la procacidad. Es que no es admisible que en un viaje oficial al exterior, quien debía actuar como estadista sereno, insulte a sus propios conciudadanos en un discurso, y que sus denuestos desenfrenados alcancen a un mandatario –el anfitrión– merecedor de respeto y consideración. Y qué vergüenza saber que una personalidad extranjera haya dicho que el mandatario boliviano ha “perdido un poco de cortesía; cuando uno es huésped de un país tiene que actuar a la altura de las circunstancias y nada más.” (Jorge del Castillo, Primer Ministro del Perú. La Razón, viernes 3 de agosto de 2007, página A 14). Y tiene razón. A quién, que no sea Chávez o sus discípulos populistas, se le puede ocurrir decir de un presidente anfitrión, que durante una gestión anterior “era más flaco y más antiimperialista”. Acaso no se pudo reconocer los logros positivos de este mandatario demócrata. ¿Acaso no hubiéramos celebrado juntos, el crecimiento económico, el imperio de la ley, el respeto al imperio de la ley y a las libertades democráticas? Pero no; hubo nomás la nota amarga, al mejor estilo de Chávez.
Pero, fuera de la anécdota como la del ridículo gesto del puño izquierdo cerrado, este día nacional nos encuentra más divididos que nunca, con predominio de la ineficiencia en el manejo del Estado. Pero ante la crítica fundada, salen los áulicos a justificar tozudamente el error, la desidia, la imposición. Como los yerros y las torpezas no se reconocen, los oficialistas, verdaderos espontáneos de la política, se rasgan las vestiduras y se espantan cuando se mencionan verdades, por ejemplo, que los índices inflacionarios están sobre lo previsto; que la economía de los ciudadanos se daña por los precios en alza. Todo junto a provocaciones peligrosas y al recurrente desconocimiento de la ley, de los derechos y de los compromisos asumidos.
Pero más todavía: la moribunda Asamblea Constituyente, esa Caja de Pandora que se abrió y dio salida a los horribles demonios de la desunión, de la imposición, de la simulación, de la irresponsabilidad y de la confrontación, seguirá todavía con caricaturas de debates en lugar de la honesta búsqueda de esclarecimientos para servir a la comunidad con una ley fundamental que proteja a todos los ciudadanos, sin nuevas exclusiones que reflejen odio e intolerancia. Y qué decir de las llamadas vigilias del populacho inducido para presionar, con demostraciones de fuerza, la aprobación de una u otra regla –hasta las más disparatas– para la nueva Constitución. Queda poco para esperanza…
Parece que la ceguera de muchos sobre esta malhadada Asamblea llegó inclusive a un jefe político opositor que, cebado en la demagogia, dice que sin Asamblea no habrá autonomías departamentales. Vaya pobreza intelectual, porque sabe de la falta de voluntad de concertación, sabe que la consigna es el rodillo de la imposición, conoce que la pretensión es aprobar una Ley Fundamental de más de siete centenares de artículos, contrariando toda técnica constitucional.
Con estos disparates, se sigue en el empeño de crear un Estado con un curioso engendro populista, mezcla de indigenismo anacrónico y socialismo del siglo XXI, el de Hugo Chávez. Pero se seguirá creando más incertidumbre. Vaya regalo patrio: permitir que esta instancia disociadora se prolongue hasta el 14 de diciembre de este año. Una agonía por otros cuatro meses.
A propósito de Chávez, este día nacional, el del 182 aniversario de la Patria libre de cadenas extranjeras, se va estrechando la dominación del chavismo, por la sumisión de nuestros propios dirigentes. Y el nuevo rico, regala dinero de los venezolanos para apoyar a su discípulo. Y no solamente eso: un contingente de militares venezolanos llega a Bolivia, dizque a proteger a Chávez en una nueva visita a Bolivia, precisamente para un desfile militar, con la participación provocadora de milicianos campesinos adeptos al oficialismo.
También son constantes las incitativas al enfrentamiento por el diferendo del reconocimiento constitucional de la capital de la República. Nuevos actores, como el alcalde paceño que estuvo arrinconado políticamente por el MAS, ahora, con la furia del converso –él no es paceño–, incita acciones populacheras y agresivas, justificando cualquier conducta, desconociendo el democrático derecho de todos los bolivianos a debatir propuestas e iniciativas, sin vetos ni tabúes. Y pensar que quien así incita, se considera jurista y político demócrata, o sea hombre de derecho respetuoso de la expresión y pensamiento ajenos.
¿Será que Bolivia no tiene otras opciones para vivir en libertad, democracia y justicia?
¿Estamos condenados al autoritarismo, a la simulación y a la mentira?
¿Serán eternas estas tinieblas ominosas?
No, seguramente, como sucedió en la historia patria, vendrá un nuevo amanecer: el de la libertad, como el 6 de agosto de 1825.