20 de enero de 2007
Luego de la tragedia
Se ha ido muy lejos en Cochabamba. Se llegó, con insolencia, a romper la legalidad, debilitar la democracia y asentar la violencia como método político. Y el poder público, interesada y políticamente presionado, no pudo evitar la muerte y la destrucción.
Entre intento e intento dirigido a copar todo el poder y todas las instituciones republicanas, se afinca un espíritu cerril y destructor. Y pensar que hay legisladores que dirigieron la insana conducta de grupos exaltados por el dinero, los víveres por recibir o, simplemente, por la consigna sectaria. La procacidad y la violencia desfrenada fueron los signos de los sucesos de Cochabamba. ¿Tolerancia? Cero, ninguna…
Se prometió que ningún delito quedaría en la impunidad o el olvido. Pero, en olímpico desdén a lo que se prometió, en las actuales condiciones es difícil creer que los violentos, serán castigados. Se ha insistido en la necesidad de preservar el Estado de Derecho, la libertad de pensamiento y de disentir, pero el resultado es inverso: destrucción y muerte. Y el ejemplo cunde. A tiempo de entregar esta nota, ya en
Las bases sobre las que funciona una Nación, es decir la justicia, el respeto mutuo, la concordia y, fundamentalmente, los valores democráticos, están seriamente dañados. La crisis se extiende y los que empujan a las hordas no están dispuestos a aceptar la razón y menos aún a debatir propuestas. Y así se multiplican y salen a las calles con el afán de imponer su caprichosa voluntad, usando la irracionalidad jurídica y política –ya dicen que la “voluntad popular” debe sobreponerse e la ley.
Cualquiera sea el desenlace de lo que se ha provocado, habremos perdido todos. Se ha dañado la democracia y la convivencia nacional y se hace muy difícil proponer caminos sensatos. Prevalece el tozudo empeño de los violentos dirigentes de los ahora llamados movimientos sociales, de no aceptar la paz como ambiente propicio para el entendimiento. Ya están cebados por la violencia alentada y protegida.
Ya antes de la tragedia de Cochabamba, a cualquiera que pensaba que
En esta columna no hay nada nuevo. Sólo pretende señalar lo obvio:
6 de enero de 2007
Se fue el año 2006, y ya, en estos poquísimos días del nuevo año, se dan señales de lo que podría ser el resto de 2007. Por supuesto que no se trata de malos augurios ni torcidos deseos de que las cosas vayan mal en un obsesivo afán opositor. Lo que se busca, en cambio, es un nuevo estilo que sustituya al que venimos sufriendo y que, por extremos entusiasmos, está dañando la esencia misma de la convivencia ciudadana.
Si es que se quiere transformaciones, que se las proponga con claridad y consecuencia. Pero que no se pretenda que toda iniciativa tiene que ser aceptada sumisamente. La práctica democrática ofrece la posibilidad de oponerse a lo que se considere impropio o inconveniente y, entonces, debe abrirse el debate esclarecedor, sin imposiciones.
Se insiste con ostensible demagogia que todo lo malo —y no lo bueno— debe considerarse como responsabilidad de todos los gobiernos pasados. Y se reservan los éxitos para lo que vendrá de una rectificación integral, con refundación de
Se procura —usando el chiste rioplatense— vendernos buzones, como que ahora venimos a darnos cuenta de que, para tener dignidad, hay que poner en su lugar a los turistas de los Estados Unidos, exigiéndoles que pidan visa para gastar su plata en nuestro país. No será más bien que se hace de inquinas personales una cuestión de Estado. Ésta es la perla del inicio, porque los frentes que se han abierto son muchos y peligrosos; son la esencia de la provocación política que no es precisamente un camino sensato.
Se procura, al parecer, imitar la chabacana agresividad del Presidente venezolano, pero sin los miles de millones que da el petróleo y sin los negocios multimillonarios con los Estados Unidos, que demuestran una doble moral, difícil de entender cuando se habla de dignidad. Parecería también que ingenuamente se cuenta con que Venezuela podría, en su caso, sustituir a los Estados Unidos, ante cualquier enfriamiento en los planes de cooperación. Y ahora, esgrimiendo una supuesta reciprocidad, planteada como un simple mandato del Derecho Internacional Público, según un bisoño y entusiasta funcionario, no de